Más allá del arco iris, de Ana Galvañ.

más allá del arco iris

Ana Galvañ es una de las autoras españolas más potentes del momento. Me interesa todo lo que hace y procuro seguirle la pista, cosa que a veces no es fácil, porque casi toda su producción es autoeditada, o publicada por pequeñas editoriales. Su trabajo en Trabajo de clase, la mitad de un tebeo a medias con Marc Torices, me pareció fantástico y de lo mejor de 2014 —y me refiero al conjunto del cómic—. Recientemente se ha autopublicado Más allá del arco iris, un fanzine que recupera páginas aparecidas en Tik Tok y en otro fanzines, como Bulbasaur, y completan una historia redonda y gráficamente muy sugerente.

Se trata de una historia de adolescentes con las hormonas disparadas, que quedan en una cueva para tocar la guitarra, ponerse de orfidales robados a la madre de una de ellas y arreglar el mundo. Se roban los novios, se enamoran de sus profes y se prestan los apuntes. Todo muy convencional, salvo por el hecho de que las dos protagonistas son ponis. Al estilo de My Little Pony, pero en macarras y antropomorfas. Este detalle descontextualiza lo que habría sido una historia convencional y la resitúa en otro nivel, porque si son ponis, y se reconocen como tales, lo que vemos es una representación estilizada de su realidad; ¿cómo pueden dos ponis coger una guitarra, tomar apuntes o ponerse sus mochilas? ¿Por qué andan a dos patas o a cuatro, según la escena? La respuesta es más sencilla de lo que parece: porque son dibujos, y funcionan con la lógica del dibujo. Por eso pueden ser todo eso de manera simultánea, y por eso además, en determinados momentos pueden imaginarse como yeguas realistas, extraídos de grabados veterinarios del siglo XVII.

Las revelaciones adolescentes —«soy yo la que está con el Richard»— se entremezclan con las elucubraciones metafísicas, fruto en parte del orfidal y en parte de la propia angustia adolescente, que tiende a pensar que todo es una mierda, que algo más debe haber… Moverse en estos dos niveles es complicado, pero Galvañ lo hace perfectamente. Ambos son igual de importantes cuando eres una chavala, todo es cuestión del momento y de en qué punto estén las hormonas. Aprobar el examen de mañana es, en el fondo, equivalente a llegar más allá del arco iris.

Pero la jugada maestra de este fanzine está en su final —ojo, que obviamente lo cuento a partir de aquí—. Lo que parecía una historia de costumbrismo teen pasada por el tamiz loco de la mirada de Galvañ se convierte, en sus dos últimas páginas en una exploración súbita sobre la posibilidad de que existan realidades alternativas superpuestas. Ana Galvañ se pone cuántica y nos plantea una disyuntiva, dos líneas divergentes y superpuestas a partir del momento en el que una enorme roca cae sobre las ponis; ¿se ha salvado Vero, o ha sido aplastada? Ambas cosas al mismo tiempo, de la misma manera que las dos ponis son ponis de verdad y ponis de tebeo simultáneamente.

Por supuesto, el dibujo de Galvañ es otro de los valores de Más allá del arco iris. Representa el viaje de orfidal por caminos nada obvios —la representación de los alucinógenos en el cómic está, paradójicamente, bastante estandarizada— y consigue generar ambientes veraces con muy pocos elementos. Es una gran dibujante de cómics, con ideas originales que contar y una visión única, que es lo que diferencia a los buenos de los grandes.


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