La casualidad ha querido que en este mes de septiembre Astiberri haya puesto a la venta dos obras muy diferentes entre sí, pero que comparten al menos una intención por parte de sus autores. Estoy hablando del primer tomo de ¡García!, de Luis Bustos y Santiago García, y de El mundo a tus pies, de Nadar. He leído ambos cómics consecutivamente, y he escrito sobre ambas lecturas en Entrecomics. Pero me rondan ideas en la cabeza que tienen que ver con cómo se relaciona la una con la otra, y que me gustaría poner también por escrito, así que allá voy.
Tanto ¡García! como El mundo a tus pies son novelas gráficas dibujadas con una sensibilidad contemporánea, libre de condicionantes de género o temáticos. Dicho de otro modo, sus autores están haciendo lo que quieren sin darle demasiadas vueltas a cómo encajará en una publicación o una línea editorial. Por edad, García y Bustos asistieron al cambio de paradigma del mercado español, vieron caer las revistas y surgir este nuevo modelo basado en las obras unitarias publicadas en formato de libro. Nadar, por una cuestión generacional, no ha tenido que luchar por salvar nada; simplemente ha iniciado su carrera en un momento en el que la novela gráfica es el estándar de publicación del cómic adulto español. Sus referentes, en consecuencia, son ya autores de novela gráfica —o autores alternativos—, y no tanto el cómic comercial juvenil que tanto García como Bustos conocen en profundidad y han leído durante toda su vida. La manera en la que se interiorizan los códigos de ese cómic no es baladí, pero ya llegaré a eso.
Antes merece la pena hacer notar cómo ambas obras tratan de la actualidad española, del mal momento que vivimos, tanto en lo económico como en lo social. También, por supuesto, en lo político. Estamos ante una crisis sistémica que está poniendo en duda tanto el papel que juega la clase política en concreto como las bases del sistema en general. Ambos cómics se insertan, cada uno a su modo, en una corriente de la novela gráfica contemporánea que trata directamente todas estas cuestiones de actualidad. El cómic de no ficción es una de las consecuencias más interesantes que ha traído la definitiva madurez del cómic de autor, desde Art Spiegelman y su Maus hasta las obras de Joe Sacco, para mí fundamentales, o incluso otros autores como Igort o Guy Delisle. Pero, desde luego, la ficción también tiene mucho que decir al respecto. Lo hace a veces tensando los márgenes del cómic mainstream —The Authority, especialmente la etapa guionizada por Mark Millar, y, por supuesto, The Dark Knight Strikes Again de Frank Miller— y otras desde presupuestos nuevos: pienso, por ejemplo, en En la vida real de Cory Doctorow y Jen Wang.
Una de las imágenes más icónicas de DK2 de Miller y Varley (2001).
No será una sorpresa que diga que creo firmemente en la capacidad del cómic para tratar este tipo de temáticas, claro. Por las posibilidad de sus herramientas, para empezar, pero, en concreto, porque han confluido una serie de circunstancias que lo dotan de mucho interés: la producción lejos de las editoriales tradicionales, basadas en la explotación de franquicias, ha permitido una libertad autoral inédita hasta la fecha, que se aplica tanto a los contenidos como a los formatos. E incluso si alguien no consigue encontrar editorial para su obra, tiene internet a su disposición. Además, el cómic goza actualmente de una atención por parte de los medios y una consideración social que, unidas, forman el escenario perfecto para que el público esté especialmente receptivo e interesado en lo que el medio puede decir sobre ciertos temas. Cuando Spiegelman publicó la primera parte de Maus en 1986, ese interés se despertó, pero acabó apagándose porque no había una oferta a la altura de su obra. —como bien explicaba, precisamente, Santiago García en La novela gráfica—. Hoy, sin embargo, la variedad de títulos de calidad que ofrece el mercado está permitiendo que ese interés vaya creciendo poco a poco. Muy poco a poco, de acuerdo, con unas ventas aún bajas, salvo excepciones de todos conocidas, aunque haya que señalar que esas «excepciones» cada vez lo son menos a fuerza de hacerse más frecuentes. Hay aún otra cuestión que me parece importante cuando hablamos de cómic de temática política o social: el cómic, por su propia naturaleza, lo quiera o no, exige cierto tiempo para producirse. Lo cual implica siempre una reflexión por parte de sus autores, porque ese tiempo dota de perspectiva a lo que se quiere contar. A menos que se publique una tira o página en algún medio diario, o se dibujen unas pocas páginas rápidamente y se compartan en la red, claro, de todo lo cual también tenemos interesantes ejemplos. Pero si se quiere publicar una novela gráfica impresa por los cauces clásicos, bien pueden pasar seis, ocho o doce meses desde que la historia es concebida hasta que termina de dibujarse, lo cual acerca al cómic más a la literatura que a medios audiovisuales habitualmente más inmediatos, como el reportaje periodístico. Esa distancia es clave, por ejemplo, en una de las grandes obras maestras de los últimos años: Notas al pie de Gaza de Sacco, que sin ese periodo de tiempo de reflexión y revisión de las fuentes no habría alcanzado ni la mitad de su altura.
Una escena de Notas al pie de Gaza de Joe Sacco (2009).
En el cómic español, como todos sabemos, la corriente de la novela gráfica llegó un poco tarde, debido al derrumbe de los años noventa. Sin embargo, la crisis que atravesamos desde, por lo menos, 2008, ha acelerado el desarrollo de una conciencia política y social en todos los ámbitos, y también en el cómic, una vez que su estatus se ha acercado al de otras formas de expresión. Libre de inercias endogámicas que operan casi al margen de la sociedad y sus intereses, el cómic se desarrolla con la misma normalidad que el resto de las artes. No quiero decir con todo esto que no haya antes de 2008 cómics españoles que hablen de estos temas, por supuesto: el interés por ello se va gestando, resurge desde los primeros intentos de los años 80 o incluso antes, si atendemos a esfuerzos pioneros como los de Carlos Giménez, Ivá o colectivos autorales como los que sacaron adelante ciertas revistas locales con una alta carga política: Butifarra en Catalunya, Grupo Zeta en Zaragoza, etcétera. Pero es en la última década cuando el interés por el análisis de nuestro tiempo, o la revisión de épocas pasadas desde un punto de vista crítico o reivindicativo comienza a ser verdaderamente significativo, lo suficiente como para generar una subcorriente con su propia fuerza, aunque sea totalmente heterogénea. Por ejemplo, las historias de jóvenes que salen de marcha, escuchan música y se enamoran han dejado paso a las historias de otros que hacen todo eso pero además sufren el paro y la precariedad laboral. Ya sea porque, al querer hablar de ellos mismos, los jóvenes autores acaban hablando de sus circunstancias, o porque hay una intención consciente de llevar a cabo una crítica, tenemos numerosos —y buenos— ejemplos de este tipo de cómics. Obras colectivas como Yes we camp!, que dejaba testimonio de las acampadas del 15M, o Trazos de vida, que divulgaba diferentes proyectos de la ONG Oxfam/Intermon, pero también novelas gráficas personales como las de Marcos Prior, al que nunca me cansaré de reivindicar como uno de los autores más lúcidos a la hora de analizar el sistema socioeconómico que tenemos montado, o algunas de Paco Roca. El arte de volar de Antonio Altarriba y Kim, Las guerras silenciosas de Jaime Martín o El hijo de Tyto Alba y Mario Torrecillas rompían con los discursos más difundidos desde la transición y revisaban nuestro pasado, desde la vocación más o menos documental, o desde la ficción, como es el caso de El hijo. Ya inmersos en el análisis del aquí y del ahora, en los últimos años creo que hemos visto cómics fundamentales, especialmente uno, No os indignéis tanto, de Manel Fontdevila, que bien puede ser el mejor ensayo dibujado que se ha publicado en nuestro país. Podríamos hablar también del humor gráfico, por supuesto, y cómo una publicación como Orgullo y satisfacción no sólo es capaz de hablar sin ambages de todo lo que está pasando, sino que es consecuencia directa de lo que está pasando. Lo cual sería digno de un análisis profundo, la verdad, que ahora no es momento de hacer.
Porque cuando empecé a escribir este texto lo que quería más bien era hacer un análisis formal de ¡García! y El mundo a tus pies, con el fin de demostrar la riqueza de planteamientos que ofrece el cómic cuando se trata de abordar el presente, así que mejor me dejo de rollos y me pongo a ello, si es que habéis llegado hasta aquí.
Cubierta de ¡García! 1, de García y Bustos (2015).
Ambas novelas gráficas pueden encuadrarse en la ficción, pero ahí acaban prácticamente sus semejanzas. ¡García! presenta un futuro cercano plausible en su escenario político —con las dos fuerzas del bipartidismo de facto aliadas para impedir el ascenso de una nueva izquierda—, pero lo conjuga con una historia que bebe directamente de géneros fantásticos: las historias de agentes secretos y de superhéroes, porque el personaje de García es una mezcla de ambos. El mundo a tus pies, por el contrario, se compone de tres historias que no son reales estrictamente, pero sí están llenas de detalles que lo son. Nadar ha manifestado, de hecho, que considera la obra semiautobiográfica, y es evidente que la verosimilitud de los tres relatos era una preocupación central para él.
Por eso escoge una vía dramática, costumbrista-naturalista, donde nada se exagera ni codifica de acuerdo con un género concreto. Tanto los diálogos como las situaciones de sus personajes están minuciosamente construidos para sonar reales, para que resulten cercanos al lector. En consecuencia, puede haber agún componente humorístico derivado de esas situaciones, pero no hay gags propiamente dichos. El objetivo es, en realidad, dejar constancia de las preocupaciones y los problemas de su generación, de forma tan directa como permite la construcción del relato que realiza.
Cubierta de El mundo a tus pies de Nadar (2015).
Frente a ese camino, el escogido en ¡García! es casi opuesto: García y Bustos asumen los códigos de los géneros de los que parten, pero lejos de que eso suponga la limitación que suponía en el pasado, cuando eran impuestos, su utilización posmoderna permite establecer una distancia irónica que permite una lectura más cerebral. Nadar busca acercarse tanto como pueda, Bustos y García buscan mantenernos siempre a una distancia de seguridad, porque por mucho que estemos observando ambientes y situaciones cercanas, por ahí anda siempre repartiendo golpes un personaje de tebeo, alguien que no existe ni puede existir. Al reubicar al agente secreto de tebeo García en el presente, no sólo están enfrentando el pasado con éste, sino que se apropian del género de ficción y lo reubican igualmente en la realidad. Mientras que el género muchas veces fue, en los tiempos del cómic industrial, una forma de mantener separada esa realidad del mundo del tebeo, ahora es el uso de ese género el que permite hablar de la realidad de un modo que, de otro modo, no sería posible, porque sólo recurriendo a un artificio típico de género, la criogenización de un personaje que despierta en el futuro —sin pensar demasiado, me vienen a la cabeza el Capitán América y Fry de Futurama—, se pueden confrontar las Españas del franquismo y de la actualidad de un modo literal.
Página de ¡García.
Pero como es lógico, estas diferencias no se limitan a lo temático. La manera en la que se afrontan los problemas narrativos siempre está íntimamente ligada a la forma: cada problema semántico es también un problema gramatical. Y así es como comprendemos que los recursos del lenguaje que han escogido García y Bustos por un lado y Nadar por otro no son casuales ni intercambiables, sino que responden a sus intenciones y necesidades. En ¡García!, que recrea un tebeo del pasado y lo resignifica para hablar del presente, es necesario subrayar, precisamente, la condición de tebeo que tiene la historia. Por ello se emplean con profusión recursos que son únicos en el medio: diferentes grados de caricatura, para empezar, porque al margen de ser una fantástica forma de añadir expresividad a los personajes, siempre recordará al lector que éstos lo son. Las onomatopeyas, uno de los puntos fuertes de Bustos, son más que nunca parte integral del dibujo, y generan sensaciones como tal en el lector. La rotulación escogida —la misma que Bustos usó en Versus— también remite a los cómics de género, especialmente a los de superhéroes. Gotas de sudor, poses típicas de cómic, situaciones irreales de violencia física, y un blanco y negro modulado a base de imitar las tramas mecánicas del cómic comercial de la era predigital acaban por conformar un artefacto que nos está diciendo a cada página que es un cómic, y que apela constantemente a los recursos que el imaginario colectivo asocia con el medio.
Página de El mundo a tus pies.
Por su parte, Nadar, de nuevo, opta por un camino casi antagónico. No es que él no emplee las herramientas propias del medio, por supuesto, El mundo a tus pies es obviamente un cómic, en la misma medida en que lo es ¡García! Pero su narrativa está más cerca del modelo del cómic clásico americano de influencia cinematográfica. El de Watchmen, por ejemplo: recordemos cómo los autores manifestaban su intención de invisibilizar el medio, para que el lector se centrara en la historia, y no en los elementos qu la contaban. Nadar no varía el tono de su dibujo, sino que lo cierra y mantiene siempre en la misma línea. Es un dibujo expresivo —mucho—, pero no deforma los rostros más allá de la imitación de los reales. El color local es interesante precisamente porque se mantiene en esa misma línea, aunque Nadar se permita licencias: las escenas de sexo en tonos rojos, por ejemplo, o la forma en la que Sara, la protagonista de la tercera historia, brilla en rojo cuando le invade la ira. Son prácticamente las únicas salidas de tono extradiegéticas que encontramos en el libro, que ni siquiera explota las onomatopeyas —hay algunas, contadas, y siempre discretas, con un uso muy funcional e informativo— o los cartuchos de texto: no hay narrador. Como en Papel estrujado, Nadar sí juega con los marcos de la viñeta. Lo puede eliminar por completo, difuminarlo o redondearlo, pero esto no deja de ser un recurso sutil, que no rompe con la estructura de página. Sólo alguna vez lo hace, con resultados cómicos brillantes, pero es la excepción, y precisamente por eso destaca y funciona.
Página de ¡García!.
Incluso como libros son muy diferentes ambos: ¡García! es un tomo en rústica, un poco mayor en sus dimensiones que un tomo de manga típico, y emplea materiales asperos, de poco prestigio, para recrear la lectura de un tebeo clásico, sin replicarla del todo ni intentar construir un facsímil. Por su parte El mundo a tus pies tiene un formato extraño, poco empleado en el cómic: un libro de proporciones estándar, pero apaisado, que casi parece alejarse deliberadamente del tebeo platónico que tenemos en la cabeza. Aquí hay que decir que la manga ancha de Astiberri a la hora de dejar que los autores escojan los formatos de sus cómics es capital.
Página de El mundo a tus pies.
Pero lo interesante en esto es darse cuenta de que, aunque ¡García! sea un tebeo formalmente más rico, El mundo a tus pies no es precisamente tosco o limitado. Al contrario. Lo que sucede es que, en función del tipo de obra que quiere hacer, cada autor escoge un camino de los muchos que ofrece la novela gráfica. Nadar estaba interesado en hacer transparente el soporte para sumergir al lector en las historias. Y lo consigue. Bustos y García pretenden enfrentar el pasado con el presente en varios niveles narrativos diferente y también lo consiguen. Eso es lo importante, y creo que en función de esas intenciones debería valorarse el éxito o el fracaso de cada obra. Creo sinceramente que el cómic de García y Bustos tiene más lecturas, y será más memorable —aunque eso nunca se sabe, desde luego—, pero eso es lógico, dado que hablamos de autores veteranos, con muchas más páginas a sus espaldas que Nadar, que ha dibujado sólo dos cómics —aunque voluminosos—. Cada una de estas obras responden al bagaje cultural de sus autores, pero también a su momento vital: seguramente García se siente más inclinado a la ironía que Nadar. Sin embargo, ambas obras consiguen dejar huella y levantar testimonio de nuestra época. Hablan de nosotros y de lo que somos, y eso es imprescindible en las obras que quieran estar vivas y ser relevantes culturalmente. Cuando digo, por ejemplo, que hoy puede haber buenos tebeos de género clásico, que copien eficaz y profesionalmente fórmulas del pasado, llámense Bourgeon o Van Hamme, pero que difícilmente van a recordarse o dejar huella, me estoy refiriendo a esto: cada cosa tiene su momento, y ahora, creo, el público y la sociedad demandan otras cosas. Tanto Nadar como Bustos / García han entendido eso y hablan de sí mismos pero al mismo tiempo nos hablan de todos nosotros. Consiguen sus objetivos por caminos muy diferentes, pero, en el fondo, late un dominio del medio tan desigual como su experiencia pero potencialmente similar. Porque a pesar de sus diferencias, o precisamente por ellas, hay algo irónico al compararlas. Nadar ha dibujado un tebeo que es, sobre todo, emocional y directo en su aproximación a la realidad —sin metáforas—, pero lo ha hecho a través de un proceso creativo que se intuye muy intelectual, y con un dibujo estudiado, trabajado y contenido. ¡García! es un cómic que parece responder a ua reflexión intelectual, a un ejercicio de proyección del género sobre la realidad que por fuerza ha tenido que ser muy pensado, pero la manera de plasmarlo sobre el papel es totalmente visceral, con mucha rabia, tanto en el dibujo furioso de Bustos como en la ironía sangrante de García, aunque, al contrario que sucede en El mundo a tus pies, la mirada que arroja a la España actual es más bien lateral, y parcialmente alegórica. Y aquí reside la extraordinaria riqueza de un medio que todavía tiene mucho camino por delante, afortunadamente.