¿Os acordáis cuando os dije hace un mes que había estado muy liado en agosto y por eso no había actualizado el blog? Bien, pues la cosa no ha hecho sino mejorar. Y digo bien, «mejorar», porque todo son cosas buenas que me tienen ocupado pero muy motivado. Pero eso no significa que me quede tranquilo si no comento algunas lecturas que he hecho últimamente y que me han resultado interesantes por uno u otro motivo. Vamos allá, sin ningún orden en particular.
Yo, perro (Astiberri) es el segundo libro de Romeu que publica la editorial, tras sus memorias. En esta ocasión es una sorprendente guía sobre el perro, una de las pasiones de Romeu. La mayor parte del libro se compone de textos que explican el origen del perro, las diferentes razas, la cría, el adiestramiento… Formalmente no es, desde luego, un cómic destacable, pero es un acercamiento documentado y apasionado al mundo del perro. Y a mí, que los amo, me ha conmovido ver ese mismo amor en Romeu. Los chistes con los que acompaña los textos son divertidos, y algunas caricaturas de las diferentes razas son encantadoras. Hay además un compromiso ético claro, en sus opinión contundentes sobre temas muy oscuros: el abuso al que se somete a los galgos cazadores, los nefastos criaderos de Europa del este… Romeu habla en clave de humor, pero se pone serio cuando toca y creo que ha conseguido un libro ameno y accesible para todo el mundo.
Las migajas (Astiberri), con guión de Ibn Al Rabin y dibujo de Frederik Peteers, es un cómic de difícil ubicación. O, al menos, a mí me ha dejado descolocado. Escrito entre 1998 y 1999, aún tardó varios años en ser dibujado y publicado, porque a nadie le cuadraba, ni siquiera al arriesgado J.C. Menu, que lo rechazó para L’Association en el último momento. Las migajas se podría definir como una comedia del teatro del absurdo con unas gotas de geopolítica —los protagonistas han secuestrado un tren para invadir Liechtenstein, su patria, y convertirla en la primera potencia mundial— y un giro a lo fantástico de difícil encaje. El resultado es irregular, aunque Peteers ya dibujaba muy bien; sin embargo, esta mezcla de Ionescu, Samuel Becket y los Hermanos Marx me ha resultado muy divertida, especialmente por cómo plantea una situación absurda detrás de otra sin llegar a resolverlas. Es un pulso constante, creo que mal resuelto en su final, pero igualmente divertido. Eso sí, la tinta dorada no tiene función narrativa alguna, me temo, pero así tuvo que publicarse en su versión original, y me parece estupendo que Astiberri lo haya respetado.
El primer número de Copra (Inefable Tebeos / El Nadir) de Michel Fiffe me ha encantado. Propone un universo de superhéroes que emana del mainstream, o más bien de un punto de su pasado: Copra es lo que podría haber sido el mainstream hoy si las tendencias más extravagantes que aparecieron en los años 60 no hubieran sido rápidamente marginadas en beneficio de la aventura de acción con un dibujo realista. Es decir, si los viajes alucinantes de Ditko y las elucubraciones lisérgicas de Gerber o Starlin hubieran tenido una continuidad cronológica con los desvaríos del Morrison más osado y las reinvenciones pop de Allred. Todo eso es Copra, pero, por supuesto, tiene una personalidad propia muy marcada: el dibujo de Fiffer es fantástico, con esas tintas sucias y el color sutil de tonos pastel, que son casi exactamente el opuesto al realismo fotográfico de un Bryan Hitch. Ese dibujo es el vehículo perfecto para todas las extravagancias argumentales de la serie, que lejos de buscar la verosimilitud y plausibilidad de los superhéroes contemporáneos, abraza todo lo que les es propio y nunca necesitó ser explicado: extrañas dimensiones paralelas, poderes rarísimos, una magia críptica que se desborda gráficamente en la tradición del Doctor Extraño original… Y al mismo tiempo no hay tebeo de superhéroes más alejado de la nostalgia. La acción violenta de Copra y sus héroes poco heroicos dejan muy claro que no estamos ante un producto para nuestro niño interior. Tengo muchas ganas de ver cómo termina esta historia Fiffer: seguramente entonces escribiré con más calma sobre ella.
Recientemente he recibido en mi buzón el segundo número de Paranoidland, una revista autoeditada que propone cuatro series publicadas por entregas, a la vieja usanza, pero con el tono del cómic más actual, con dibujantes de estilos que no podían estar más alejados de la ortodoxia de las revistas pulp que Paranoidland homenajea lejanamente. Las historias de esta revista juegan con lo bizarro y lo truculento, apelan a las bajas pasiones de los lectores, pero desde una ironía refrescante, que hace que el resultado final no sea en absoluto sórdido. Es pronto para juzgar las historias de Fran Fernández o Miguel Martínez, que se envuelven en el misterio y aún no han mostrado sus cartas, pero van por buen camino. Bouman lleva más avanzada «Snufftube», una historia de suspense protagonizada por una chica que se maneja con soltura por internet y no puede evitar meterse en líos para saciar su curiosidad. Y mi favorita hasta el momento, la tremenda «Sitcom infinita» de Nacho García y Joaquín Guirao, dos de mis auores jóvenes favoritos del momento, y dos de las voces más originales. En esta colaboración proponen situaciones retorcidas y extremas, con el tono alucinatorio de las historias más locas de Guirao y la sinceridad directa de García. Cada historia, por el momento, parece ser independiente, y la segunda en concreto es una pequeña obra maestra incontestable. Además, cada número incluye colaboraciones puntuales de otros autores; en éste encontramos una historia de Juarma, por ejemplo.
Por último, quiero dedicarle unas palabras a Mandingo (Seara Records y Fosfatina), un fantástico fanzine colaborativo en el que se unen más de treinta autores y autoras jóvenes, habituales del panorama fanzinero actual. En concreto están algunos de los más interesantes de Galicia, como Los Bravú o Andrés Magán. Roberta Vázquez, José Jajaja, Néstor F, Jorge Parras, Begoña García-Alén, Inés Casarejos o Marc M. Gustá son algunos de los nombres más destacados, sin olvidar a algunos ilustres como Juarma o Miguel Noguera. El punto de partida del fanzine es un tópico: el tipo que sale una noche a tomar algo, sin esperar gran cosa, y acaba metido en un lío de tres pares. A partir de ahí se desarrolla un cadáver exquisito en el que los autores se van sucediendo, sin ningún tipo de argumento mínimo que respetar: puede pasar de todo, y de hecho pasa, y por supuesto todo acaba siendo un despiporre sin ningún sentido. Es lo de menos, no creo que nadie lea Mandingo por la historia, sino por comprobar el tremendo caudal de talento y potencial que tenemos ahora mismo dando el callo en la autoedición. La variedad de estilos, la osadía a la hora de romper las reglas, la imaginación desbordante que va del experimentalismo formalista de García-Alén al feísmo underground de Alejandro Gaudino o Cintia Alonso.
Estuve a un pelo de pillar Copra, ya me has convencido.
Comprado Copra.
A ver qué te parece!