Tierra de fanzines XIII

No hay mejor manera para recuperar —o intentarlo— cierta regularidad en el blog que con una entrega de «Tierra de fanzines», la sección favorita de grandes y pequeños. Aunque la pandemia y consecuente cancelación de todas las ferias de autoedición ha frenado el ritmo de la autoedición en España, pero eso no significa que no haya seguido adquiriendo muchos en estos meses. A continuación, hablo de unos cuantos de ellos. Ya sabéis: siempre que sea posible, enlace al sitio del autor o a Fatbottom, me librería de referencia en el tema.

El primero es obra de una habitual de esta sección: Roberta Vázquez. En Hago lo que puedo (2021) recopila un montón de historias cortas aparecidas en diversos medios, sobre temas tan variados como el aliado feminista —que al final te la mete doblada—, la procrastinación, Juego de Tronos o los dramitas de redes sociales. Me gustan mucho las obras largas de Vázquez, pero también creo que tiene una habilidad especial para el corto recorrido. En este fanzine encontramos, por ejemplo, «El hámster», una página de cuatro brillantes que sintetizan de forma brillante la precariedad de toda una generación o dos. Otra destacable es «Pesadilla en el Poly Klyn», una hilarante historia autobiográfica —de las pocas de la autora— contada de un modo impecable.

Una de las cosas importantes de los fanzines es mantenerse siempre alerta y abierto a conocer cosas nuevas. Afortunadamente eso no deja de pasar: Mateo Soto ha sido todo un descubrimiento. Su Estática del tiempo (Palm Press, 2020) es un excelente ejemplo de cómic experimental, que aprovecha la risografía para contar una historia fantástica basada en el poder expresivo del dibujo. Una esfera es activada para que se descomponga en sus tres colores, de forma que comience la demolición de toda una serie de estructuras, aparentes vestigios de un mundo ya olvidado. El tono crepuscular y la atmósfera de Estática del tiempo recuerda a los mejores trabajos de Gabriel Corbera, y anticipa proyectos muy interesantes, sin duda.

Otro descubrimiento reciente ha sido Iván McGill. Su Captive Data (ESH Print, 2020) parece recuperar el espíritu primitivo cósmico de un Jesse Jacobs pero con un ritmo más pausado y mucho más aire en cada página. Sin palabras, cuenta la historia de un ser humanoide que parece destinado en una misión de exploración en un paisaje misterioso. A partir de ahí, le va a pasar de todo, y como suele ser habitual en este tipo de historias, vivirá todo tipo de transformaciones y experiencias de corte metafísico. Aderezado con un color risográfico, el relato tiene la virtud de ser perfectamente claro a pesar de la ausencia de textos, aunque, por supuesto, el misterio está en el fondo de lo que ocurre, y es lo que consigue que Captive Data tenga un poso muy sugerente.

La vie des arbres (2019) ha supuesto mi reencuentro con la colombiana Ana María Lozano, una autora muy interesante de la que había podido leer Encantos paradisíacos, que adquirí en mi visita a Entreviñetas de 2018. Si en aquel cómic Lozano exploraba la arquitectura, en esta nueva obra profundiza en el mundo vegetal. las formas orgánicas de cada ilustración —impresa en risografía— fluyen y conforman una narración inspirada en el crecimiento de diversas plantas, inspirada en la obra del mismo nombre de Francis Hallé.

Leira/Leria (Palm Press, 2021) es la última obra en colaboración de Óscar Raña y Cynthia Alfonso, dos nombres que se han convertido en claves del cómic abstracto español. «Leira» se refiere a la tierra de cultivo; «Leria» es la cháchara intranscendente que se cultiva en el rural gallego. De modo que Raña y Alfonso conciben las páginas de gran formato como un espacio compartido en el que dialogar y sembrar. Aunque sus formas y motivos han acabado siendo muy reconocibles, en este artefacto —donde lo físico tiene una importancia central— están perfectamente integrados en unas láminas en las que las formas y los colores riman y encajan como piezas de puzle. Leira/Leria supone un paso más en su atrevimiento formal, que se disfruta más cuanto más nos dejamos llevar y reposamos la vista en cada página, sin prisa, como en el ambiente bucólico que evocan.

Andrea Ganuza es una de mis autoras favoritas de la escena de autoedición. Una autora con una fuerte personalidad gráfica, que practica un tipo de autobiografía activista, comprometida, y que se maneja fenomenalmente en la distancia corta. El conflicto es uno de sus últimos fanzines que ha caído en mis manos. Como anuncia la serpiente bicéfala de su cubierta, el cómic habla del conflicto interno y el conflicto con los otros, de la duda y de la sospecha que levanta. El monólogo interno se relaciona con las imágenes poéticas, e incluso algunas fotografías, pero se acaba concretando en una acción de fuerte carga simbólica. Somos la primera línea (2021), sin embargo, es más abiertamente política: un cómic hecho durante el tiempo que Ganuza pasó en Colombia, que reivindica la lucha ciudadana activa en las manifestaciones, de quienes protegen a la gente de la violencia policial para que puedan ejercer su legítimo derecho a la protesta. En el contexto de la ofensiva neoliberal en Latinoamérica, la lucha en las calles se ha convertido en algo habitual, que Ganuza refleja en magníficas viñetas.

A Lorenzo Montatore le va muy bien con La mentira por delante (Astiberri, 2021), su libro sobre Paco Umbral, pero no por ello deja de dibujar fanzines estupendos. De hecho, uno de los últimos, Me viene persiguiendo (2021), es, de alguna forma, el germen de su excelente nuevo cómic: Montatore trabajaba en una ficticia biografía de un cantaor flamenco cuando, bloqueado con ese proyecto y animado por una amiga, decidió lanzarse a dibujar el libro de Umbral. Las páginas dibujadas de aquel proyecto han visto la luz como un fanzine de pena y decadencia, en el que vemos los días últimos del que fuera una figura del cante, ahora desmejorado, tirado en la cama mientras su fiel sirviente le prepara huevos fritos «con puntillita» y un postre consistente en un par de tiro de cocaína. Entre medias, un recuerdo de los tiempos mejores, una actuación que encaja perfectamente con la sensibilidad de un autor que parece tocado por la gracia de los clásicos.

Ven que te lo explico con dibujos: Especial Isabel Díaz Ayuso (2021) de Samuel González recopila las historietas difundidas a través de su cuenta de Twitter entre 2019 y 2021. Como la entrega anterior, y como el mismo autor reconoce, se trata de AgitProp combativo e incendiario, viñetas inmediatas que respondían a la última maniobra privatizadora del gobierno de la Comunidad de Madrid, a la última decisión delirante durante la pandemia o a la última provocación de la presidenta más ultra que hemos tenido nunca en esta desdichada comunidad autónoma. Las páginas de este fanzines tienen la rabia inmediata y espontánea que lleva al autor a coger el lápiz ante una noticia, como forma de canalizar su reacción, y por ello se convierten en interesante testimonio del día a día que vivimos (y sufrimos). Eso sí, Samu, si lees esto, ¡a mí me gustaba más la rotulación manual!

Otra recopilación: Minihistorias del Zodiaco (Unbrained Comics, 2021), de Alex Martos. Martos es colaborador de una publicación ya veterana, el Cretino Digital, donde ha realizado una serie de chistes  a una página y a todo color que explican, con cierta intención didáctica, los orígenes de todos los signos del Zodiaco. La combinación de texto explicativo y remate de gag gráfico me ha recordado un poco a la estrategia favorita de Jesús Rubio en sus viñetas sobre historia y mitología, aunque el estilo sea muy diferente.

Pablo Taladro lleva animando la escena barcelonesa de fanzines y autoedición muchos años, sobre todo como uno de los impulsores del Gutter Fest y socio de Máquina Total, una imprenta de risografía. Pero también es un excelente autor de fanzines, que cultiva una línea poco habitual hoy, que entronca con el underground más corrosivo, especialmente el que practicaba el genial Nazario en Anarcoma. Sus últimos fanzines son de mis favoritos y también de los más bestias: Los motomaricones. Se trata de una sátira abrasiva y sin tabúes, protagonizada por una banda de moteros gays en un entorno postapocalíptico pasadísimo de vueltas. Una hiperbólica crítica a la heteronorma, la familia patriarcal y… bueno, a todo, realizada a la vieja usanza, sin preocuparse de que alguien pueda interpretarla de manera literal. A la espera de la tercera y última entrega, creo que estamos ante lo mejor de Taladro.

Y terminamos con otra veterana de estas lides: Begoña García-Alén. Su última obra, El sueño del escultor (Noche Líquida, 2021), supone un interesante giro a su obra hacia lo concreto y lo humorístico. Se trata de una historia protagonizada por tres moscas que viven en una casa habitada por un tipo al que siempre están criticando. Las moscas mantienen todo tipo de conversaciones banales propias de humanas corrientes, pero, al mismo tiempo, no dejan de ser moscas… Se trata de una especie de teatro del absurdo, que transcurre, además, con cierto poso existencialista, sobre todo en su maravilloso final. García-Alén, aunque ajuste un poco su registro —las moscas, por ejemplo, son casi totalmente realistas, si bien un tanto sintéticas— sigue siendo una dibujante de abstracciones y atmósferas, de las mejores de su generación, y esta obra anuncia una nueva línea artística que promete grandes momentos.


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