Gótico: las luces y las sombras

Este artículo se publicó originalmente en Revista Cactus en 2018

Las teorías que relacionan los retablos y otras representaciones artísticas del pasado con el cómic moderno no son nuevas. Sin embargo el punto de vista que Jorge Carrión y Sagar Forniés desarrollan en su reciente ensayo, Gótico, sí lo es. Nos sumergimos en esta obra sorprendente y original que aborda la historia del arte partiendo del recorrido por la colección gótica del Museo d’Art de Catalunya.

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Aunque hace mucho tiempo que la historiografía ha desechado la visión de la Edad Media como una época oscura e ignorante, creo que, en gran medida, en el imaginario colectivo persiste el estereotipo del mundo caído en las tinieblas tras el esplendor clásico, a la espera de que la luz del Renacimiento lo rescatara y devolviera a la senda ascendente de la evolución histórica que había extraviado. Pero la historia de la humanidad nunca ha funcionado así, ni la Edad Media puede considerarse un hiato en una carrera hacia una cima evolutiva que no existe, aunque así lo pretendieran los ilustrados, o los positivistas del siglo XIX. Pese a todo, es evidente que la inmensa mayoría de la gente tiende a sentirse más cercana —y se emociona más— a la capacidad de Bernini para esculpir el cuerpo humano que ante un fresco románico o un retablo gótico. El italiano está más cerca de la sensibilidad contemporánea porque su simbología requiere y no está reñida con la representación naturalista del mundo y del ser humano; sin embargo, en el arte prerrenacentista se desplegó un fascinante y complejo juego de símbolos que refleja la mentalidad de su época y supone una sofisticada representación de una cosmovisión que estaba en plena transformación: la sociedad que alumbró el estilo gótico era muy diferente a la nuestra, pero, al mismo tiempo, la nuestra proviene de aquélla.

El ensayo gráfico que lleva por título Gótico (Norma Editorial, 2018), elaborado por Jorge Carrión y Sagar Forniés, parece partir de esas bases para sumergirse en algunas de las claves del gótico, que explican a un público contemporáneo no necesariamente formado en historia del arte. Todo empezó como un encargo del Museu d’Art de Catalunya, que les llegó gracias a que en la institución conocían el anterior trabajo largo del tándem, Barcelona. Los vagabundos de la chatarra (Norma Editorial, 2015), un reportaje en forma de cómic sobre las personas que se dedican al negocio de la chatarra en la ciudad. Como los propios autores explicaron en la presentación del nuevo libro, el museo les dio libertad total para llevar a cabo el encargo, que abordaron a través del contacto directo con la colección de arte gótico de la institución, que visitaron decenas de veces, y mediante entrevistas con el personal de ésta.

En primer lugar, me interesa observar cómo abordaron Carrión y Forniés la realización de un ensayo dibujado, porque creo que ha sido bastante novedosa. Gótico no es, desde luego, un pionero en un género cada vez más poblado de obras interesantes. Sin embargo, habitualmente, los autores de cómic que deciden realizar una obra de tipo ensayístico pueden innovar porque, al fin y al cabo, el mero hecho de hacerlo mediante el lenguaje del cómic ya es algo innovador, pero, en realidad, más allá de eso, suelen resultar ensayos bastante convencionales, independientemente de su calidad. Sin embargo, la pareja autora de Gótico ha escogido otra estrategia, más en sintonía con la ensayística posmoderna, consistente en una exposición fragmentaria y deliberadamente caótica. Un poco a la manera del Homo Sampler (Anagrama, 2008) de Eloy Fernández Porta, las artes dialogan sin jerarquías y las ideas se relacionan entre sí de un modo no lineal, y forman, más bien, una especie de retablo, una panóptica en el que las asociaciones no son unidireccionales. Un retablo o un cómic, claro. Porque la premisa que maneja Carrión es que el retablo gótico es el antepasado más remoto de la narrativa basada en la delimitación de diferentes imágenes, ya sea mediante el uso de viñetas o de elementos arquitectónicos. Como bien ha explicado Enrique Bordes en Cómic, arquitectura narrativa(Cátedra, 2017) en realidad las primeras son una evolución de las segundas. Este cambio implica una transformación de la manera en la que leemos las imágenes y desarrollamos relatos con ellas, y ese cambio comienza con el gótico.

A partir de ahí, Forniés y Carrión intercalan imágenes de vivas acuarelas dibujadas en el museo con análisis de varias obras y reflexiones sobre cómo reflejan las transformaciones profundas de las mentalidades premodernas, para lo que emplean todo tipo de recursos: diagramas, mapas conceptuales, imágenes más tradicionales… Si Forniés ya estaba estupendo en Barcelona. Los vagabundos de la chatarra, en Gótico parece liberarse de la esclavitud del estilo para hacer lo que un proyecto tan diferente al anterior —y, por tanto, sin tantos referentes— demandaba. Su recreación de obras artísticas y su traslación al lenguaje gráfico de muchos conceptos abstractos explicados mediante el texto de Carrión son notables, y demuestran, al mismo tiempo, el potencial comunicativo de la imagen. Un ejemplo concreto: la introducción de Carrión finaliza explicando cómo el Museu d’Art de Catalunya hunde sus raíces en las iglesias del pasado, «en el reverso que toda realidad entierra y que toda literatura persigue». Al pasar la página, un diagrama arquitectónico traduce esa idea a lo visual de forma que entendemos de una manera mucho más intuitiva y visceral qué implicaciones tiene.

Gótico contrapone el concepto actual de arte, de colección y de museo con la función que tenía la creación artística en un mundo con otros valores. Lo hace sin recurrir a la erudición gratuita y entendiendo que un ensayo visual no necesita ni admite la densidad de un ensayo escrito, sino que su objetivo debe ser distinto. Y lo lleva a cabo, además, sin renunciar a un componente subjetivo y emocional: por ejemplo, la disertación arranca con un análisis del Pantocrátor del ábside de San Climent de Taüll, que se describe como «imponente, bellísimo y terrible». A partir de ahí, se desarrollan ciertas ideas en torno a cómo el eje de la experiencia humana se fue desplazando, lentamente, de Dios al propio ser humano. Comienzan a aparecer personajes mortales, que dialogan entre sí, aunque aún persista lo que Carrión llama «distancia analgésica» del gótico, propia de una representación más alegórica que realista, que convierte a las figuras humanas en símbolos sin una identidad entendida a la manera moderna. En ese «lento camino del hombre hacia relatos con más de un protagonista, hacia diálogos entre pares, hacia un mundo sin Dios» —camino en el que La consagración de San Agustín actuaría como un hito o bisagra—, Carrión sitúa la emergencia del culto mariano en el siglo XII; tal vez hoy pueda sorprender, pero la figura de la Virgen María fue prácticamente irrelevante durante más de once siglos de cristianismo, hasta que la Iglesia decidió impulsar su culto como una forma de construir una fe más cercana al pueblo y combatir, al mismo tiempo, el paganismo que aún persistía en muchos puntos de Europa.

Con ella, y con la abundancia de representaciones de un Cristo infantil, aparece, según Carrión, el amor en el arte gótico. Un amor que se contrapone al horror —como muestra la cubierta del libro— que, proveniente del románico, daba forma a los miedos atávicos de la humanidad en forma de imágenes que los evocaban, a través de escenas de martirios, pero también de demonios y monstruos, «pesadillas de la imaginación». La cita a los arquetipos de Jung parecía inevitable: sin embargo, Carrión recurre a Alan Moore y su concepto de inmateria para explicar cómo todo producto de la imaginación humana convive en un mismo plano; y ya que hablamos de Moore, su Rorschach aparece en una doble página que reproduce una multitud de monstruos contemporáneos… ¿Un mensaje sutil a los fanboys que idolatran al personaje?

Moore en lugar de Jung, demonios góticos relacionados con monstruos del cine y el cómic… Las categorías no saltan por los aires porque ya han saltado: Gótico, simplemente, asume esto con naturalidad y no siente la necesidad de recurrir a ninguna coartada por ello. Con el mismo espíritu, en las páginas de este libro conviven y se relacionan entre sí fotografías, dibujos en todo tipo de estilos, citas, esquemas e, incluso, una reproducción de un post de Facebook de la cuenta de Jorge Carrión. La hibridación es la clave de este ensayo. Escribe el guionista que «la creatividad es por naturaleza remezcladora», una idea que no puedo evitar interpretar como un mensaje para los tiempos que vivimos y sus polémicas en torno a la apropiación cultural. Lo original y la idea como concepto prístino quedan así desplazados por una visión del ensayo más ajustada a la sensibilidad actual: lo que importa es el remix, el punto de vista, la inesperada relación entre las cosas. Por eso una de las cuestiones más sugerentes de Gótico no tiene que ver con el hallazgo de un nuevo elemento, sino con la revisión de uno bien común: la visión de la viñeta como «principal estrategia para percibir y pensar el mundo».

Y es cierto: percibimos el mundo fragmentado, pero esos fragmentos están relacionados entre sí. O, más bien, imaginamos esas relaciones. Eso es lo que han hecho Forniés y Carrión en un libro que va mucho más allá del encargo y en el que las ideas se yuxtaponen como si fueran viñetas, pero viñetas de una obra de Chris Ware más que las de un cómic clásico de prensa, por ejemplo. Si puede reprochársele algo, es la sensación de que tan sugerentes teorías merecerían una mayor profundidad; felizmente, Carrión y Forniés anunciaron en la citada presentación que ya están trabajando en una obra más larga sobre arte, que integrará de alguna forma a este interesante Gótico que, de momento, queda como una primera demostración de lo que estos autores son capaces de hacer en un campo apasionante.


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