Este artículo se publicó originalmente en Revista Cactus en 2018
¿Cómo empiezas a interesarte por el cómic?
La clave son los fanzines, y creo que mucha gente que está en la línea de lo que hago llega al cómic desde ellos, más o menos intencionadamente. Porque el fanzine es donde empiezo a mostrar dibujos que tal vez no son narrativos, pero con los que estoy contando algo. De ahí a hacer cómics hay una línea clara. También ayuda mucho a experimentar y, al final, quieres hacer cosas más grandes.
Cuando empiezas a autoeditarte fanzines, ¿ya eras lector de cómic?
Sí, aunque no soy coleccionista, siempre he comprado las cosas que me llamaban la atención.
¿Tienes algún tipo de formación artística?
Estudié el ciclo formativo de ilustración y luego hice Bellas Artes.
Supongo que en la facultad de Bellas Artes ya no te encontraste con ese ambiente hostil al cómic que describe la gente de más edad, en los años ochenta y noventa… Hay mucha gente que empieza con el cómic en Bellas Artes.
Lo que pasa es que yo, entonces, estaba más por el dibujo. Sí que hice proyectos de dibujo que tenían que ver con el cómic, o incluso con el humor gráfico. O sea que no noté que el cómic les pareciera mal. Todo era muy interdisciplinar; de hecho, yo me especialicé en escultura, aunque hacía mis proyectos de dibujo. No importaba ya mucho, e incluso creo que ya han desaparecido esas especialidades.
¿En qué época empiezas con los fanzines?
En el instituto ya hice alguno, y luego en el ciclo formativo también hice dos o tres. En la facultad tuve un parón, pero luego lo retomé. Los primeros los hacía llevando los dibujos directamente a fotocopiar, no sabía maquetar… Ni los doblaba, los grapaba sin más. Los veían un par de amigos, nada más: simplemente era algo fácil de hacer. Luego ya sí participé en fanzines colectivos, donde hice cosas más cercanas al cómic, aunque tampoco salían de mi círculo. Como mucho los llevabas a un bar.
¿Y cuándo das el salto a publicar cosas con más difusión?
No lo sé exactamente; quizá cuando acabé la carrera. Lo que es seguro es que fue a través de internet. Llega un momento en que empiezas a colgar trabajos, y lo puede ver gente que le interesa realmente. A la gente le gusta, lo comparte, te compra tus cosas… Dejas de ser tan invisible aunque sea en un pequeño círculo.

Y luego aparece Medieval Rangers (DeHavilland, 2014).
Sí, ese libro fue un encargo. Yo nunca me habría propuesto hacer esa obra, seguramente. Los chicos de DeHavilland ni me conocían en persona, pero les molaba mi trabajo y me propusieron hacer un libro. Fue todo genial y muy natural.
Es un libro del que mucha gente dijo que era más ilustración que cómic. ¿Tú estableces alguna diferencia entre una cosa y otra cuando trabajas?
En ese momento, yo estaba haciendo un cómic. Entiendo que pueda ser raro, pero yo bebí de la estética de los códices medievales, y por eso le vi sentido a prescindir de marcos de viñetas y otros elementos similares. Pero estoy contando una historia. En realidad, la barrera es muy ligera. Si lo piensas, un álbum ilustrado, si no tiene mucho texto, es muy difícil de diferenciar de un cómic. Cada vez más, el álbum ilustrado incluye páginas que son claramente cómic, con secuenciación. ¿Dónde ponemos la barrera?
Al final se trata de narrar con la imagen…
Claro. En Medieval Rangers cuento mucho más con el lenguaje y con cómo lo he usado que con la historia en sí. En ese momento me interesaba mucho más cierta simbología. Quería conseguir lo que sucede en los códices medievales, en los que te cuesta entender lo que está pasando porque tienen su propio código de símbolos. Ese tipo de sensaciones era lo que me interesaba, así como crear un «artefacto».
El objeto en sí es muy importante en este caso, como, en general, en todas tus obras. Cuidas mucho el papel, la impresión, la encuadernación…
Sí, el aspecto técnico siempre es interesante y aporta al libro. Para mí es difícil no involucrarme en la edición y jugar con el papel o las tintas.
Es quizás la contraprestación que te da el hecho de no publicar en una gran industria: puedes controlar todo el proceso mucho más.
Claro, no hay ningún tipo de «deber». Todo lo gestionas tú, aunque sea imprescindible el trabajo de la editorial. Es tu producto y te tienes que enfrentar tú a él, y por eso cuidas todos los detalles que puedes. Sería interesante, quizás, trabajar con una editorial grande que tuviera todo esto más claro, pero ahora eso no me ha sucedido.
En ese cómic industrial, los autores solían trabajar para buscar un estilo propio reconocible, y luego lo perfeccionaban… La idea era crear una marca reconocible. Pero en la gente de tu ámbito, parece que eso no importa tanto: cambiáis mucho de estilo y de enfoque. ¿Es algo sobre lo que hayas reflexionado?
Sí, aunque es complicado. A veces piensas que sería mejor tener una línea muy característica y explotarla para ser más reconocible. Pero, al final, cada historia te pide un tipo de dibujo diferente. Aunque creo que siempre se va a ver el sello personal. Por otro lado, yo no tengo un estilo claro de historia que quiera contar: voy cambiando. Una me pide color, otra no, una me pide más detalle… Me gusta esa libertad, aunque admire a mucha gente que ha logrado tener un estilo propio reconocible. Cada uno se enfrenta a la creación como puede. A veces estaría bien poder controlarlo, pero yo me dejo llevar [risas].
Llegas al punto de dibujar fanzines que son abstracción geométrica pura, sin personajes o diálogos.
Sí, siempre me ha gustado pintar y hacer composiciones geométricas, y, claro, cuando he empezado a hacer cómics y me doy cuenta de cómo funciona la secuencia, intento ver qué pasaría si metiera el dibujo geométrico en una. Yo había hecho muchas series de dibujos que, al final, es como si fueran uno solo. Piensa en una exposición: también te está contando una historia, de alguna manera. Los fanzines no son eso exactamente pero tienen algo que ver. Y me gusta hacer estas cosas, sobre todo para mí mismo.
Pero existe un público interesado en este tipo de cosas, aunque sea minoritario.
Creo que el fanzine da pie a ello. Son objetos interesantes, y hay gente a la que le gusta coleccionar fanzines de este estilo.
No sé si es algo deliberado por tu parte, pero yo veo cierta relación entre estos fanzines abstractos y algunas secuencias de tu último trabajo, El ruido secreto (Spiderland/Snake, 2017). Me refiero a las páginas de viñetas muy pequeñas centradas en el movimiento del traje de la protagonista.
Sí, sí, claro, a mí me gusta utilizar este tipo de recursos en una historia. También lo hice en Zona hadal (Fosfatina, 2017), en la secuencia del radar. Ahí tenía sentido representar un radar a través del uso de formas geométricas y líneas. Si pones eso sin contexto en un fanzine, funciona, porque son composiciones que generan unas sensaciones de espacio y movimiento. Todas estas cosas las vas probando e integrando en tus obras. Igual que cuando ves un cuadro y te llama la atención algún detalle… Enseguida te preguntas cómo quedaría eso en un cómic. A mí me gusta mucho buscar elementos secuenciales en el arte. De hecho, tengo un Tumblr que se llama «Esto no es un cómic», donde voy subiendo secuencias que encuentro en fotografía, en pintura, en libros… Son cosas que tienen varias «viñetas», pero no son un cómic, aunque sean lenguajes que tienen mucho que ver. Hoy está más asumido que el lenguaje de los códices medievales y cosas así es muy cercano al de los cómics, por ejemplo, pero supongo que en algún momento eso era una idea que nadie aceptaba. Los cómics empiezan cuando empiezan, pero también creo que, de alguna forma, hubo «cómics antes de los cómics». También me sucede que, como yo no tengo en la cabeza la estructura de mercado industrial del medio, me parece que lo importante es el lenguaje, más que el soporte.
Quizá tu formación multidisciplinar te da una perspectiva diferente; no eres el típico dibujante que llega a hacer cómics por ser ultrafan de los cómics.
Yo creo que todo está bien, pero, sí, a mí me interesa más el lenguaje del cómic que toda la cultura de las librerías especializadas y demás.

Hablemos un poco de Zona hadal, uno de tus libros más recientes. El proyecto tenía, sin embargo, cierto tiempo, ¿no?
Sí, lo terminé casi un año antes de que se publicara, pero por motivos editoriales se demoró. Y resultó mucho mejor porque, en ese tiempo, aprendí muchas cuestiones técnicas, y lo rematé mejor. A veces, como autor, ante esos parones, te vuelves un poco loco, porque quieres que las cosas salgan rápido, pero pueden venir bien.
La cuestión del color fue peliaguda, ¿verdad?
Sí. Queríamos llevar la cualidad física de la risografía, con la que yo había trabajado previamente, al offset, y ver qué pasaba cuando mezclabas dos tintas directas. Intenté aprovecharlo al máximo para generar la sensación de que hay más colores.
La idea argumental de la obra, ¿de dónde viene?
Es algo que buscas para contar una historia. En origen era algo muy pequeño, quería contar una historia muy misteriosa. Que no se supiera a qué se debía ese viaje a las profundidades marinas, por ejemplo. Vas construyendo la historia con pequeños datos y sensaciones.
De hecho, los textos nunca son los protagonistas de tus historias.
Sí, pero eso daría igual: hay cómics mudos que te cuentan historias muy claras y desarrolladas. Es más bien el hecho de que a mí me interesa contar cosas relacionadas con las sensaciones y las atmósferas. Los detalles de la historia no me importan tanto, por ahora. Creo que en El ruido secreto también pasa. En él, tomo un personaje real con una vida muy interesante, Loïe Fuller, pero me quedo con su baile, que es lo que convierto en la historia. Podrían hacer mil cómics sobre ella contando cosas de su vida; de hecho, acaban de hacer una película, La Danseuse (Stèphanie Di Giusto, 2016), que se centra en una parte muy concreta de la misma. Pero a mí me interesaba traducir el movimiento de ese baile al lenguaje del cómic.
No sé si es tu cómic más logrado, pero, en ese sentido, me parece el más ambicioso, porque creo que no es nada fácil llevar la danza al cómic; parecen cosas totalmente contrapuestas. ¿Fue un proceso complicado?
No fue fácil, pero tampoco demasiado complicado. Yo creo que lo difícil fue encontrar el personaje y darme cuenta de que tenía que hacer eso. Es de estas cosas que surgen poco a poco: te llama la atención, te fijas, haces algún dibujo… Al principio, el cómic iba a ser un poco más narrativo, quizá habría contado la historia de Fuller; pero llega un momento en el que me doy cuenta de que sólo con el baile ya me daba para hacer un cómic entero. Pero eso es algo que construyes cuando ya estás metido en el trabajo.

En un caso como este, ¿haces un guión más o menos estructurado de lo que quieres contar?
No; en este caso trabajé mucho, más que el guión, la estructura, la paginación… Le he dado muchas vueltas al viñetado. He tardado mucho en hacer el cómic, y eso me ha venido bien para ir puliendo todo. Son decisiones pequeñas pero que ayudan a que todo se entienda. Por ejemplo, al principio, las páginas del baile con muchas viñetas tenían calles entre las mismas. Pero me di cuenta de que eso paraba mucho el tiempo, no fluía tanto como sin ellas. Son cosas en las que, si vas con prisa, quizá no caigas. También tenía mis puntos clave: quería que hubiera una presentación, que luego se desarrollara el baile… Hay un momento de magia tras el que la protagonista viaja a un mundo fantástico… Es decir, que tengo una estructura. No tengo un guión super denso, eran cuatro líneas, pero eso luego hay que intentar traducirlo al cómic, porque es muy difícil hacer uno. Te puedes parar en cualquier detalle, y una página puede suponer un minuto de tiempo o un año de la historia.
¿Conocías de antes a Fuller?
Recuerdo ver el vídeo de su danza en el Reina Sofía hace muchos años, pero no sé en qué momento pensé que quería hacer algo con ello. También sucede que la época es muy bonita. Al mismo tiempo que veía sus vídeos, también revisaba las películas de los pioneros del cine, como Segundo de Chomón.
Tienen mucho que ver…
Claro, y el cómic también, porque tiene ese rollo fantástico, hay cierta escenografía… Es que esas grabaciones funcionan muy bien. Tú ves ese vídeo ahora y aún te parece algo de otro mundo. Hay una pureza muy difícil de conseguir. Me llamó la atención tanto que decidí que con ello podía hacer un cómic.
Una de las cosas más interesantes de Fuller y otras coreógrafas y bailarinas de la época es que rompieron con muchos cánones de la danza clásica, como la narratividad: no es que no cuenten una historia, pero lo hacen de una manera poco tradicional. No sé si se puede trazar algún tipo de paralelismo con el cómic que hacéis vosotros en la autoedición o en editoriales minoritarias.
Tal vez, hilando muy fino… Lo guay de Loïe Fuller es que lleva la danza a un sitio que quizá en ese momento ni se imaginaba. Era la «antidanza», pero ella no pretendía hacer eso: era, simplemente, su espectáculo. Y a la gente le encantaba. La danza se basa en el movimiento de cuerpo, pero esto era todo lo contrario: se basaba en el movimiento de los artilugios que llevaba y utilizaba luces, espejos…
Era algo muy moderno, incluso hoy en día dirían que es una performance…
La gracia está en que, en realidad, lo que hacía era muy sencillo: movía telas y creaba formas con ellas. Los vídeos que se conservan con los clichés coloreados son una pasada.
Pero es como dices: si te fijas, en realidad sus movimientos son mínimos.
Habría que ver los espectáculos que hacía, porque esos vídeos son demostraciones de unos minutos, y normalmente son de imitadoras. Tenía obras más desarrolladas y teatrales.
En esos vídeos lo interesante es que todo es muy hermético y misterioso. Es mejor si no se termina de entender.
Sí. La película de La Danseuse se centra mucho en el esfuerzo que le costaba hacer los bailes, y eso no me gustó, porque rompía la magia del mero hecho de ver esas imágenes. Entiendo que para hacer una película más dramática es interesante centrarse en el esfuerzo, pero a mí lo que me interesa es ver ese baile y entender qué pasa, por qué te quedas embobado con él. Hasta que lo entiendes, hay unos segundos de desconcierto muy guais.
Sí, te das cuenta de que va sugiriendo objetos con la sábana: tú lo trasladas muy bien al cómic.
Sí, hago una especie de mímesis con objetos, con flores…

¿Por qué empleaste sólo el color azul?
Al principio, yo quería emular el coloreado de esas películas antiguas, pero me acabé decantando por el azul. Es un color con el que me gusta trabajar, añadiendo capas… Encontré también ejemplos de cianotipias, una especie de fotografía de color azul, y me gustó el aspecto que tenía. Además, se empleaba en la misma época de Fuller.
Para terminar, ¿hay algún proyecto ya en marcha?
Tengo varias ideas pero no sé si llegarán a salir algún día. También tengo apalabrado un libro, sin fecha aún. Tengo muchas ganas de encontrar otro motivo para hacer un cómic.
¿Estás percibiendo una buena recepción de estos dos últimos libros?
Sí, creo que a la gente le gusta, aunque sea un público reducido. Son distribuciones pequeñas, pero creo que va llegando a la gente a la que le puede interesar.
Una respuesta a “Entrevista con Roberto Massó”