Este artículo se publicó originalmente en Revista Cactus en septiembre de 2020.
A pesar de la cantidad de cómics que se publica cada año en España, siempre resulta sorprendente descubrir hasta qué punto desconocemos aún el trabajo de autores y autoras brillantes de otros países. Este era, sin duda, el caso de Eleanor Davis, una dibujante nacida en 1983 en Tucson, Arizona, cuya carrera comenzó hace más de una década, pero de la que solo desde 2019 hemos podido leer algunos de sus libros traducidos al castellano.
Aunque la espera ha valido la pena. Davis, que ya fue seleccionada en la prestigiosa antología The Best American Comicsen 2008 y ha publicado en editoriales como Koyama Press, Drawn & Quarterly y Fantagraphics, se ha convertido en los últimos años en una de las voces más interesantes de la novela gráfica estadounidense. Resulta sorprendente que la autora cite entre sus influencias a John Porcellino o a Jaime y Beto Hernandez, ya que no es fácil rastrearlas en su trabajo; quizás haya algo de la sencillez expositiva de Porcellino, pero su estilo narrativo es mucho más distendido y relajado. Si por algo se caracteriza el dibujo de Eleanor Davis es por la importancia del espacio en blanco y del despojamiento de la línea de todo lo accesorio. Su tono cartoon se modula, en cada trabajo, para ser más o menos exagerado, pero siempre resulta muy expresivo. Hay una engañosa sencillez en su dibujo que le permite ser accesible en un primer vistazo para cualquier lector pero que, en realidad, es una estrategia para introducir temas muy complejos.
Porque, pese a sus muchas diferencias, todos los libros de Eleanor Davis se ven atravesados por su posición política y activista: la autora es abiertamente de izquierdas y progresista, y pertenece a una organización local, Athens for Everyone, surgida, según la propia Davis en una entrevista con Jillian Tamaki de 2018, del movimiento Occupy, y de la que es coordinadora de miembros. Pero lo interesante es que su obra no es abiertamente política o propagandística, sino que, más bien, asume que la ideología no es algo de lo que puedas despojarte cuando creas arte.
Y de arte trata, precisamente, el primer título de Eleanor Davis que pudimos disfrutar en España: ¿Arte? ¿Por qué? (Barrett, 2019; traducción de Esther Cruz Santaella). Se trata de un pequeño libro de ágil lectura, que comienza con una sorprendente taxonomía de las obras de arte que las clasifica según su color y tamaño, pero que, en un interesante giro, se revela como una reflexión acerca de la naturaleza y función de la creación artística, siempre desde el humor y el dibujo, pues el texto se limita siempre a frases breves, pero muy estudiadas. Davis presenta un grupo de artistas diversos y examina sus motivos para crear, relacionados con la necesidad de ponerse máscaras o de ser como los dioses. De hecho, la deriva surrealista del relato les permite sentirse literalmente como tales al ser capaces de crear pequeñas réplicas de sí mismos, pero que son, como indica la voz narradora en primera persona: «más semejantes a como nos gustaría ser». De esta manera tan aparentemente sencilla, Davis reflexiona acerca de la imagen propia y la construcción de una identidad artística que oculte las dudas o las inseguridades. Pero, lejos de quedarse ahí, el grupo de artistas reproduce el mundo entero en miniatura, solo para destruirlo cuando, aparentemente, se dan cuenta de que es mejor que el suyo propio, de la misma forma en que, poco antes, ellos mismos sobrevivieran a duras penas a otra ola destructora, como si hubieran sido, a su vez, creaciones de una versión anterior de este peculiar conjunto.
Lo más agradable del estilo de Davis es que escribe y dibuja solo lo estrictamente necesario, y no nos tira sus tesis a la cara: confía en que seremos buenos lectores y las entenderemos sin burdos sobreexplicados. Se trata de una táctica idónea para bajarse del púlpito y ser coherente con unas ideas que, en realidad, están relacionadas más con la duda que con la certeza.
Con la misma intención sintética acometió Tú, una bici y la carretera (Astiberri, 2019; traducción de Santiago García), título que, originalmente, se publicó un año antes. Ganadora de un Premio Ignatz, esta obra es abiertamente autobiográfica, ya que narra un una experiencia real: el intento de recorrer en bicicleta la distancia que separa la casa de sus padres en Tucson de la suya, en Athens, lo que sería un viaje de casi dos mil millas a lo largo de la frontera de Estados Unidos con México. El libro surgió como un diario dibujado de su experiencia y, por ello, muchas de las páginas contienen esbozos rápidos, que levantan testimonio inmediato de un viaje subjetivo. Por tanto, no se trata de representar lo que Davis vio, sino lo que sintió mientras lo presenciaba. La realización del libro se ve afectada por las vicisitudes del propio viaje, de forma que la narración es elíptica por necesidad: no siempre tenía tiempo o fuerzas para dibujar algo entre jornada y jornada de pedaleo bajo el sol. Al prescindir de viñetas, el relato se vuelve fluido, y la bici de Eleanor se desplaza por las páginas de forma muy orgánica, con paradas puntuales para contemplar algún atardecer o recobrar fuerzas.
Su perspectiva política se filtra inevitablemente, dada la cercanía con la frontera: hay una secuencia en la que un inmigrante a la fuga es apresado por la policía en Fort Hancock, en la que no hace falta que Davis exprese su opinión para saber qué le parece el asunto. Sin embargo, hay otra cuestión más profunda y transversal en la que la dibujante propone una verdadera transformación de los valores hegemónicos. Hablo de cómo, poco a poco, va tomando conciencia de hasta qué punto es nociva la visión épica de lo que está haciendo, y la idea de que, si no logra su objetivo, estará fracasando. Esa narrativa netamente masculina, y que está muy relacionada con el concepto del viaje del héroe campbelliano, es deconstruida desde el momento en el que Davis se centra menos en el esfuerzo individual que en la red de cuidados que le permite seguir avanzando. Su viaje no es una gesta del individuo frente a los elementos, sino que es un proyecto posible por la fuerza del colectivo, y el apoyo de la gente que la acoge, le repara la bicicleta o le cura sus lesiones. No hace falta que Davis escriba un alegato feminista para reconocer esa perspectiva en todas las páginas de Tú, una bici y la carretera, una obra hermosa y que logra, gracias a su inmediatez, una intimidad muy reconfortante, que nos permite redescubrir ese adagio que nos enseña que lo importante del camino a Samarcanda no es llegar, sino el viaje.
Paradójicamente, la obra más abiertamente política de Eleanor Davis es una ficción, aunque contenga elementos autobiográficos. El difícil mañana (Astiberri, 2020; traducción de Santiago García) está concebida como una distopía muy inmediata, que presenta a Hannah, una joven activista, que vive con su pareja en una caravana y participa en una organización no muy diferente a la que pertenece Davis. En la América de El difícil mañana, Zuckerberg se ha convertido en presidente, el estado espía a la ciudadanía y la disidencia política se castiga con leyes y violencia policial.
Salvo por lo de Zuckerberg, tampoco es que esta situación se aleje demasiado de la realidad actual de Estados Unidos, y ahí reside el gran acierto de Davis: su obra plantea un paso más allá en la deriva autoritaria y filo supremacista de la administración Trump, lo que le permite hablar de un presente marcado por el Black Lives Matter y el debate sobre la brutalidad policial. Por eso las escenas que muestran manifestaciones resultan tan perturbadoras y desasosegantes, y por eso, quizás, se haya escogido un registro de dibujo más rico en detalles, con más texturas, que en obras anteriores. Eso hace que las viñetas ganen en peso y en realidad, aunque el estilo de Davis siga orientado hacia el cartoon.
La precariedad laboral también está presente, pues Hannah —que quiere quedarse embarazada, como lo estaba la propia Davis mientras dibujaba el cómic— malvive de cuidar a una anciana y, junto con su pareja, tiene que construirse una cabaña porque no tienen dinero para vivir de otra manera. Pese a todo, su mirada al futuro es optimista, lo que contrasta con la de Gabby, su mejor amiga y también activista, mucho menos alentadora. El reparto del cómic también incluye a un estereotipado conspiranoico, Tyler, fanático de las armas y obsesionado con la idea de que el gobierno le espía. Su papel, que parece cómico, da un interesante y ambiguo giro en cierto momento, que introduce otra capa de significados a una obra que, pese a su esperanzador mensaje final, no carece de espinas, y que demuestra, además, que la ciencia ficción más perturbadora es la que se ambienta en el futuro más cercano.
Las diferencias con obras anteriores no deberían verse como signo de un cambio en sus intereses artísticos, sino como prueba de una inquietud que lleva a Eleanor Davis a probar cosas nuevas cada vez que se enfrenta a un proyecto. Pero todos sus libros demuestran que, ante todo, es una autora de cómic que se hace las preguntas que toca hacerse en cada momento, y que tiene el pulso tomado a su época. Su feminismo y su apuesta por una diversidad que nunca convierte en el tema central de la obra, sino que, más bien, se introduce con la naturalidad que deberíamos aspirar a que tuviera, la convierten en una artista relevante, que creo que es lo mejor que puede decirse de alguien que se dedica a la creación.