Entrevista con Tatee, autora de «Las cosas que ya no están»

Recientemente, el sello Distinta Tinta de la editorial Cicely ha publicado Las cosas que ya no están, de la autora colombiana Tatiana Torres Álvarez, que firma como Tatee. Siempre me parece una buena noticia que se publiquen en España cómics latinoamericanos, y más si son tan originales e interesantes como este. Gracias a las gestiones de Beatriz Rubio, editora de Distinta Tinta, hemos podido mantener una extensa conversación con Tatee, que reproduzco a continuación.

¿Cuál era tu trayectoria antes de hacer Las cosas que ya no están? ¿Es tu primer largo?

Sí, es mi primera obra larga. Antes había hecho fanzines y autopublicaciones, y llevé un blog, no de la forma tan regular como quisiera, y cuando me voy haciendo adulta mucho menos, pero dibujo desde hace mucho tiempo.

¿Tienes estudios relacionados con el cómic o el dibujo?

En Bogotá hice el Secundario en un colegio con énfasis en arte. Ahí estudié historia del arte, música, danza, teatro… Después estudié Periodismo, pero, al mismo tiempo, siempre me formé en técnicas artísticas: dibujo, pintura, acuarela… Y trabajé como mediadora en el Museo de Arte Moderno de Bogotá durante mis estudios, algo que siento que me hizo tener un acercamiento un poco más conceptual al arte.

¿Cómo surge la idea de optar a una beca para hacer la residencia en la Maison des Auteurs de Angoulême?

Creo que es parte de los esfuerzos institucionales que se están haciendo en Colombia por promocionar el cómic y la narración gráfica. Fue la primera beca que entregó el Instituto Distrital de las Artes de Bogotá, en 2017. Desde entonces cada año se ha entregado una, para autores emergentes. Cuando se abrió la convocatoria para todos los estímulos que se entregan para todo tipo de artes y medios, yo tenía este proyecto, pero muy básico. Tenía intención de publicar una página a la semana en mi blog, un poco siguiendo la forma en la que lo hacía Power Paola, que ya había publicado su primera novela gráfica. Yo tenía un par de páginas hechas, la historia más o menos en la cabeza, el tipo de dibujo que quería hacer… Pero el proyecto lo tenía abandonado, porque me partieron los dedos de la mano derecha —y yo soy diestra—, de manera que estuve un tiempo recuperándome de la operación y sin poder dibujar. Cuando un amigo mío me pasó la convocatoria yo estaba haciendo una maestría en estudios culturales, me acordé de ese proyecto, y armé una estructura narrativa, el desarrollo de la historia, escribí la sinopsis, organicé diez páginas para presentarlas… En Bogotá salió seleccionado entre los tres proyectos que posteriormente se presentaron, y en Angoulême seleccionaron definitivamente el mío. Fue la primera residencia de un autor o autora colombiana en la Maison.

¿Cómo fue la experiencia en Angoulême?

Estuve tres meses, y fue muy enriquecedora. Todavía siento el efecto Angoulême, aunque fue una estadía corta. En la Maison buscan unir a autores más amateur con otros que tienen una trayectoria. A mí me tocó en el último piso, con las mejores vistas del lugar, y trabajé junto a un autor francés, Olivier Balez, con ocho libros publicados, que ilustra para medios internacionales, con una trayectoria muy reconocida. Está casado con una chilena, así que habla muy bien español, por lo que nos entendíamos bien. También estuve con gente del Líbano, del País Vasco… Al principio iba con un síndrome del impostor total, me daba mucho pudor enseñar mi trabajo.

Me hice un cronograma, trabajaba desde las ocho de la mañana a las ocho de la noche, parando para comer, para darme una vuelta en la tarde… Pero trabajaba un montón. Estar junto a los demás residentes me alivió de muchas maneras, porque me daban seguridad, me ayudaron a canalizar mis miedos en lo que estaba trabajando. Muchos son dibujantes muy técnicos, pero también hay otros con un estilo más orgánico, similar a la sencillez con la que yo dibujo. Y me empezaron a preguntar por el fondo, por lo que quieres decir y cómo lo quieres representar.

Y luego me pasó algo muy chévere: ellos te asignan un lugar donde vivir, normalmente, apartamentos compartidos. Pero a mí me tocó una casa sola, que resultó ser de Jul Maroh, que la había cedido mientras estaba en una residencia en Italia. Poder ver su biblioteca maravillosa fue muy lindo. También miré mucho sus libros, ya que tiene temas que me interesan un montón.

¿Coincidiste con el festival de cómic?

Sí, lo organicé así adrede, y fue maravilloso. Había una oferta a la que yo no estoy acostumbrada, porque el 90% de las obras no llegan a nosotros ni están traducidas al español. Ese año estaba invitado un colectivo que se llama Africa Comics, que rescata todo lo que se está produciendo allí. Y pasó que me topé con una novela gráfica llamada La chiva colombiana, del camerunés Christophe Edimo yel congoleño Fati Kabuika. Hablando con estos autores africanos yo me reconocí y me encontré. Quizá España o Francia tengan una tradición mucho más antigua de cómic, y yo sentía al principio que eso era lo que debía ser el cómic. Pero piensa que yo nunca leí algo como Tintin de niña. Mi primer álbum de Tintin me lo regaló una amiga, Tintín en Latinoamérica. Me pareció terrible: muy colonialista. Porque lo leí de grande, no con la lógica de un niño. Yo no conecto con esa tradición ni me acerco a la narrativa gráfica en un orden. Por eso conectaba mucho con esos autores africanos, porque no tenemos la historia, el estilo o los temas que se pueden ver en Europa o en Norteamérica. Pero también siento que nuestro norte no puede ser ese. Me gusta citar a Joaquín Torres García, un autor uruguayo, que tiene una obra, Nuestro norte es el sur. Tenemos una tradición joven, tenemos pocas referencias propias, estamos explorando nuestros temas, quizá miramos un poco más hacia las gráficas tradicionales. Igualmente somos personas inmersas en un mundo globalizado, muchos crecimos con los mismos referentes en la televisión… Esa conversación fue muy interesante.

Nuestro norte es el sur, de Joaquín Torres García.

Me parece muy interesante esto, porque es lo que vi en el cómic colombiano cuando visité Bogotá en 2018. ¿Cómo se puede tomar un lenguaje occidental como el cómic desde otras posiciones y sensibilidades y utilizarlo para contar cosas propias, incluso a veces con intenciones descolonizadoras y emancipadoras?

Yo no es que lo esté haciendo conscientemente, pero si uno lo busca, lo encuentra. Hace poco estaba leyendo un artículo que repasaba la evolución de la plástica colombiana entre 2010 y 2020, y quien lo hacía se quejaba de que el conflicto armado permeara tanto a los artistas. Pero es que es en lo que estamos metidos, yo mismo siendo niña lo vi. Quejarse de que todos hablamos de lo mismo no tiene sentido, porque fue algo que nos afectó mucho. Fíjate, hubo un proyecto artístico en los años 70, cuando la narración gráfica en Colombia era todavía más incipiente que ahora, no había nada, que lo hizo un sociólogo muy importante, Orlando Fals Borda, con un dibujante, Iulianov Chalarka, de familia árabe. Hicieron unos cómics hablando sobre la propiedad de la tierra en la costa, porque en ese momento los terratenientes estaba arrebatando la tierra a los campesinos. Era una forma de enseñar a otros campesinos a reivindicar sus derechos, que vieran cómo otros habían luchado por sus tierras. Y el cómic también ha sido utilizado por la Comisión de la verdad en el proceso de paz, hay varios proyectos sobre memoria histórica… Es algo ineludible en nuestro contexto.

Hablemos de tu cómic, Las cosas que ya no están. Creo que tiene una aproximación al tema, con pocas palabras, muy centrado en la atmósfera y en lo emocional. Me gustaría preguntarte cómo das con esa forma narrativa, porque no sé si tenías claro desde el principio que querías contar las cosas así, y si se parece a tus trabajos anteriores en autoedición.

Yo creo que tiene mucho de mi personalidad, de lo que yo soy. Siempre me han gustado las historias verosímiles. He leído ciencia ficción, me gusta, pero prefiero las historias tranquilas, muy identificables. Son búsquedas mías desde hace tiempo. Por ejemplo, mi madre y mi padre son de origen campesino, son personas de su tiempo, y aunque hay cosas que yo tengo de su personalidad, también siento que mi vida es muy distinta, no me dejaron un camino a seguir. Yo con 30 años no soy la mujer que fue mi madre con 30 años. Mi propia búsqueda me ha llevado a leer muchas mujeres, porque necesito ejemplos de otras vidas para saber cómo llevar la mía. Me interesan especialmente autoras contemporáneas a mí, o temas que yo esté atravesando. Lo que me hace detenerme en una exposición o en un museo. No los grandes acontecimientos, sino lo que nos puede pasar a todos. Como, en mi vida personal, soy de palabras escuetas, me siento identificada con una poeta uruguaya, Idea Vilariño, que escribió «Para qué decir tanto, si con nombrar alcanza». Es autora de poemas cortos muy lindos, a mi juicio. Es algo que yo siempre he hecho, en mi blog y en otros sitios. Trato de condensar en una imagen algo que yo quiero decir.

Cuando empecé a trabajar en el libro yo había tenido una ruptura amorosa hacía tiempo, pero no quería hablar de terminar la relación, sino de lo que me estaba pasando a mí después. Yo estaba yendo de casa al trabajo, volviendo en colectivo, en trayectos de una hora, y casi siempre leía. Pero entre lectura y lectura me quedaba mirando el vacío, pensando en por qué dije eso, qué hubiera pasado si hubiera hecho tal cosa. Eso es lo que yo quería contar en el libro.

Hay cuestiones que no se subrayan en el cómic pero creo que están presentes, que tienen que ver con el género, con esa protagonista que asume el rol de cuidadora con su pareja cuando empieza a pasarle algo que no termina de entender. Hay una diferencia entre él y ella, incluso un contexto social y familiar que la lleva a una determinada posición.

No creo que haya sido totalmente consciente de hacerlo; creo que simplemente salió. También me han hecho comentarios acerca de que la protagonista camine sola por la ciudad, teniendo en cuenta que en Bogotá los temas de seguridad son complejos. Esa lectura también me ha gustado un montón. Cuando yo escribí el guion lo que quería era contar el tránsito. Hay un autor caleño, Andrés Caicedo, nuestro poeta maldito, que tiene unos libros de cuentos, Angelitos empantanados, en los que Angelita, la protagonista, se monta en buses que no sabe dónde van, y hace la ruta entera del bus para llegar al mismo punto, por el simple hecho de necesitar desplazarse, aunque esté quieta. Esa idea me gustaba, porque es algo que le pasa a uno en algunas etapas de su vida. No somos conscientes de cuántos hemos avanzado porque tenemos la sensación de estar en lo mismo desde hace rato. También recuerdo que leí en alguna parte que la palabra nostalgia tiene dos raíces griegas, que significan la imposibilidad de volver a casa. Esas dos ideas creo que fueron a las que me agarré para armar la historia de un viaje en colectivo, que representa la idea de una mujer que está avanzando, pero que siente que está quieta. Todas las lecturas que me comentáis ahora las veo, pero en ese momento no fui consciente.

¿Cuál era tu intención, entonces, el núcleo de la historia?

Creo que la catarsis personal. Yo quería pasar página. El proyecto no arrancó pensando en que se fuera a publicar más allá de mi blog, así que yo no pienso en el lector; pienso en mí.

Me parece muy interesante la representación que haces de los espacios, tanto de los exteriores como de los interiores, que resultan muy emocionales. Tienes que darles una personalidad a las calles de Bogotá. Y lo haces con una paleta de colores muy limitada, de colores apagados. Eso me ha resultado curioso porque no concuerda con la Bogotá que yo conocí cuando la visité, que tenía mucho color, murales en las paredes… ¿Cómo has trabajado estos aspectos?

La personalidad de los bogotanos es particular. Colombia es un país diverso, y mientras que las costas son de «tierra caliente», Medellín es templada, la eterna primavera, pero Bogotá es «tierra fría». Y la personalidad de los bogotanos responde a eso. Y también influye que la ciudad está rodeada de montañas. Hay un autor brasileño que escribió que, por ese motivo, los bogotanos todos tiramos para dentro, no somos como la gente del Caribe, sino más introvertidos. La paleta de colores del libro es la paleta fría y gris de Bogotá, una ciudad melancólica. Para mí el paisaje más hermoso de Bogotá es ver los cerros con niebla, a mí eso me hincha el alma, es lo más lindo que hay. Quizás no lo es para quien va buscando el sol del Caribe y el mar paradisíaco y cálido. En el libro, además, hay dos tiempos. El real, en el que ella está montada en un colectivo, viajando, y el recordado, en el que los espacios son interiores, una metáfora de lo que está recordando. En ellos la luz es siempre cálida, mientras que en el presente son fríos, y todo transcurre afuera. Tú afuera te está cuidando, tienes frío. Hay una frase, no recuerdo de quién, que dice: «la felicidad existe sobre todo en la nostalgia».

Hablemos un poco del proceso de realización del libro.

Cuando me llega la resolución de la beca, me recomendaron que llevara a Angoulême el guion completo. Así que seis meses antes de irme empiezo a trabajar en ello, pero yo no sabía cómo se hacía un guion de cómic, como creo que le pasa a mucha gente. Dos de mis mejores amigas son graduadas en cine, y les contaba. Y una me dijo algo que me pareció muy lindo: «en el cine solo se cuentan dos historias: la Ilíada o la Odisea». Yo quería hacer una Odisea, claro, y por ahí empecé a entender. La otra me recomendó que leyera los guiones de película que se publicaban como libros. Busqué en la biblioteca en la que trabajo y encontré los guiones de Pedro Almodóvar. Nunca había visto un guion publicado así, con imágenes del rodaje, con los storyboards. Hice el ejercicio de comparar el guion de Hable con ella con la película, con cada escena. Me sorprendió mucho cómo se dedicaba mucho espacio a detallar todos los objetos que se podían ver en una escena, aunque luego en la película eso fuera un paneo rápido. Eso fue lo que hice: en el texto escribí todo lo que tenía que haber en el cómic. Pero no fue un guion muy largo, solo quince páginas, para un libro que terminó teniendo doscientas. Esa fue mi hoja de ruta. Y cuando llegué a Francia ya me puse a dibujar. Para mí el dibujo es un momento muy meditativo, pero en el que tú te puedes ir… Yo me ponía música, podcasts, porque sabía ya lo que tenía que dibujar: seguí a rajatabla el guion.

Después, cuando el proyecto avanzaba, mi editor en Cohete Cómics [el sello de cómic de Laguna Libros], Pablo Guerra, entró en escena. Fue un primer lector. Esta editorial hace cada año un laboratorio creativo donde todos los editores leen proyectos y hacen retroalimentación sobre ellos. Yo hice parte de ese laboratorio, y eso fue algo muy valioso porque fue la primera vez que apareció el lector; hasta entonces, estaba centrada en lo que yo quería contar, en que era mi historia. Eso supuso sacar la historia de mí y prestar atención a cómo lo están leyendo: si las cosas se entienden y tienen sentido, si necesito poner más información, si funciona que no tenga tantas palabras. Tras el laboratorio se hicieron ajustes en el libro, y también fue trabajo de Pablo pararme y decirme que el libro ya estaba bien, algo que yo no creía… Como este no es mi oficio primario, no tenía la seguridad completa de saber lo que estaba haciendo. Fue muy lindo porque los cuatro editores me sentaron con el libro, y me pidieron que confiara en ellos: el libro está bien, nos gusta, no cambies nada más. Que tenga su propia vida. Y ahí yo solté el libro y lo dejé vivir.

¿Cuándo se publicó en Colombia?

En diciembre de 2022.

Es decir, que ya ha tenido una cierta trayectoria.

Sí, y tuvo su presentación en la feria del libro de Bogotá, que se celebró en abril de 2023. Estuve en varias ferias del libro de mi país durante todo el año, en Medellín, en Manizales… Hicimos una exposición de originales también. Esta parte me cuesta un poco decirla, pero me he sentido muy contenta, ha superado mis expectativas. Igual que verlo impreso acá en España, es una gran alegría. Me gusta entablar conversaciones con gente que no conozco a través de una lectura compartida. En Medellín tienen un proyecto muy lindo, «Adopta un autor», que consiste en que a varios colegios que participan les «dan» un autor, y durante meses leen el libro y preparan algo para recibir a ese autor en los días de la feria. A mí me tocó con los últimos grados del colegio, décimo y undécimo, de catorce a dieciséis años. Cuando hicieron la retroalimentación conmigo descubrí que a muchos los había conmovido no porque fuera una pérdida amorosa, sino porque era un duelo: y les recordó a sus abuelos, a las personas que murieron durante la pandemia. E hicieron sus finales alternativos para el libro, con dibujos y collages, para recordar a esas personas. Siento que eso ha sido lo que más me ha conmovido. Esa catarsis, que no es necesariamente un olvido, sino una manifestación de que vamos a seguir adelante sin esos seres queridos.

Me parece una buena noticia que Las cosas que ya no están se haya publicado en España, porque, en general, no llegan muchos cómics latinoamericanos. Casi siempre suelen ser obras de autores que están publicando en Francia. Y es un pena, porque creo que deberíamos mirar más a Latinoamérica. ¿Cómo ha sido posible su publicación?

Todo vino gracias a que Pablo Guerra estuvo en la Feria del libro de Frankfurt del año pasado, y allí Beatriz Rubio, editora de Distinta Tinta, vio el cómic. No pudieron coincidir durante la feria, pero después entablaron conversación por correo electrónico. En enero ya había una propuesta en firme, y Pablo me dijo que le pareció un buen punto de entrada, una editorial independiente. Como yo no pienso en las lógicas de mercado, a mí me gustó mucho, porque me pareció una gente que quería hacer libros, que el sentido de lo que hacen es el gusto por hacerlo, aunque obviamente las cosas tienen que ser sostenibles. Yo tenía planeado un viaje a España, pero venía acá de paseo; hablando con Beatriz, pudimos aprovechar para coincidir con la publicación del libro y hacer eventos.

¿Y cómo ha recibido la obra el público español?

Yo soy muy tímida con esto, no me termino de sentir cómoda hablando de mi libro. Pero toda la gente que se ha acercado a mí me ha dicho cosas interesantes. Resaltan la sencillez del dibujo, quizás porque en este lado del mundo están acostumbrados a un estilo más expresivo. También destacan los silencios, las pausas, que cuando lo estaban leyendo esperaban que hubiera algún giro y todo cambiara, aunque eso nunca llega a pasar. Me gustó que la gente pensara que es un libro que amerita varias lecturas. Se fijan en los detalles, los discos que están sonando, los libros que hay en las estanterías… Hacen casi un trabajo detectivesco.


Deja un comentario