Fascismo y superhéroes.

‘Fascista’ es un adjetivo que con frecuencia se ha asociado al género de los superhéroes, por lo menos en España. Cualquier aficionado de cierta edad se ha encontrado en algún momento de su vida como lector con alguien que ha despreciado esos tebeos por ‘fachas’. Incluso entre los propios aficionados hay quienes reconocen que sí, que si los superhéroes existieran en el mundo real, serían fascistas. Hace años, en mi primer curso en la facultad, un muchacho autodenominado marxista-stalinista, me imprecó por estar leyendo Los Vengadores. Sin embargo, me parece que no hay idea más equivocada que ésta, como intentaré demostrar.

Primero, claro, tenemos que definir con precisión el fascismo. Actualmente ‘fascista’ se ha convertido en una descalificación polisémica sin un significado real. Viene a ser un insulto contra personas con actitudes violentas, que coartan la libertad de expresión o que imponen sus opiniones, o cuya ideología es de derechas. Pero en el campo de la política, el fascismo sigue siendo lo mismo que era. Es un régimen de gobierno totalitario, que tiene su origen en la crisis que vivió Europa durante la década de los 30, que tambaleó los cimientos de las democracias y motivó la aparición de líderes fuertes y absolutos que se presentaban como salvapatrias convenientes. El fascismo aparece en Italia de la mano de Benito Mussolini, que se convierte en il Duce, el general, el líder máximo del país. Serge Berstein explica en Los regímenes políticos del siglo XX (Ariel Historia, 1996) que el fascismo eliminó todas las estructuras que no estaban bajo su control, aglutinando todos los poderes en un Estado, sin separación de los mismos. Dicho estado es totalitario y controla el ejército, la economía y la sociedad, por supuesto prohibiendo los partidos políticos y estableciendo leyes contra la libertad de expresión, de asociación y de prensa —se recuperó entre otras, la figura del delito de opinión—. Un estado fascista es además uno que busca conscientemente el aglutinamiento de las masas, por medio de la construcción de una identidad nacional fuerte y un arquetipo racial y racista. No es cuestión de extendernos mucho más: creo que queda claro lo que es el fascismo. De hecho, en puridad, tan sólo el italiano lo es. El nazismo alemán tiene evidentemente muchos elementos fascistas, pero desarrolló su propio modelo político. Ni siquiera hay consenso entre los historiadores en considerar la dictadura franquista como un fascismo; yo me quedo con la tesis que habla de una primera etapa autocrática con una fuerte influencia fascista y una segunda, a partir de mediados de los cincuenta, en la que se va desarrollando otro tipo de estado totalitario.

Así, teniendo todo esto en cuenta, un individuo sencillamente no puede ejercer el fascismo, porque el fascismo es un modelo de estado y por tanto requiere para su ejecución detentar los poderes públicos. Un individuo puede estar a favor del fascismo como régimen o tener actitudes fascistas, esto es, autoritarias. Pero no es exactamente lo mismo. Recurrimos a esa otra definición social de ‘fascista’, que es por la etiquetamos a alguien como tal y a través de la que, en principio, los superhéroes también lo serían: una persona contraria a la democracia, a favor del control social y el recorte de libertades total a favor de un estado fuerte, y a imponer éste a través de la violencia. Violencia de estado, insisto. Se hace necesario abrir un poco más esta definición más pedestre, menos técnica, e incluir en la misma actitudes xenófobas, racistas, sexistas, discriminatorias… Pero ni siquiera así comenzamos a entender por qué mucha gente siempre ha considerado fascistas a los superhéroes.

Echando un vistazo a diversas páginas de internet donde se trata la cuestión, me encuentro con argumentos demasiado peregrinos como para tenerlos en cuenta. Por ejemplo, el mero hecho de que sean superhombres no puede en ningún caso convertirlos en fascistas. La historia de la literatura está llena de personajes con habilidades superiores a la media, y por supuesto tenemos innumerables mitologías. Lo mismo me sucece cuando leo argumentos en torno a su “iconografía”, como si ir disfrazado fuera fascista. Yo, cuando se califica así a los héroes de los tebeos, particularmente pienso en tres motivos principales: el uso de la violencia como principal solución a los problemas que enfrentan, la actuación al margen de la ley, y el mantenimiento de un statu quo determinado que desde ciertas ideologías se percibe como ‘fascista’ —esto es: injusto, desigual, y al servicio de una oligarquía—. Sobre el primer punto, ya he dicho lo que tenía que decir: la violencia en sí misma no es fascista. Puede ser reaccionaria, o con afán dictatorial, pero en los cómics de superhéroes, rara vez es usada para imponer ideas. Su uso, más o menos excesivo según época y personaje, siempre es necesario para solucionar una situación de extrema gravedad, en un universo ficcional en el que existen seres increíblemente peligrosos, no lo olvidemos nunca —luego abundaré sobre esto—. En cuanto a su actuación al margen de la ley, es cierto que los superhéroes actúan según su propia iniciativa, pero nunca lo hacen a espaldas de las leyes, en realidad. O en contadas ocasiones. Su moral es la moral de la sociedad, sus valores se corresponden con los suyos. En líneas generales, siempre se preocupan además por los límites de su labor y procuran no ser, como tan insistentemente escribía Chris Claremont, “juez, jurado y verdugo”. La mayor parte de los héroes evitan matar y entregan a los criminales a las autoridades pertinentes para que sean juzgados por el sistema. El sistema: aquí está la clave, y lo que nos lleva al tercer punto. Para muchas personas de ideología de izquierda, los superhéroes son fascistas precisamente por hacerle el juego al poder, por convertirse en una herramienta más del sistema para mantener los privilegios de unos pocos. Pero eso no es fascismo. Y, si lo es, entonces son fascistas todos los que en un sistema democrático colaboran en el cumplimiento de las leyes. Esto no quiere decir que piense que en un estado democrático no hay nunca abusos de autoridad, injusticia o actuaciones políticas de corte pseudototalitario o fascista. Hemos tenido en nuestro país lamentables ejemplos de todo ello en tiempos recientes.

Sospecho, y creo que con fundamento, que buena parte del problema reside en la nacionalidad del género. Los superhéroes son un producto americano. Durante los años ochenta, quizás cuando el género sufrió los mayores ataques por parte de aficionados a otro tipo de cómic, además de acusárseles de infantiles, se indicaba su nacionalidad como motivo de descrédito. Como si ser originario de Estados Unidos convirtiera cualquier obra en fascista o, cuando menos, es garante de todos los valores americanos y de todos los defectos que tenga como superpotencia. Que evidentemente los tiene, por supuesto, y la historia de las últimas tres décadas lo deja claro, pero eso no convierte a cualquier obra americana en un panfleto de propaganda política. Dicho de otra manera ser un producto americano no convierte a los superhéroes en vehículo de sus valores. Y aunque así fuera, no caigamos en errores simplistas: Estados Unidos no es un fascismo. El fascismo es una cosa muy concreta, como hemos visto. Estados Unidos será imperialista, capitalista, o lo que queramos, pero no fascista. Oh, pero claro, cuando alguien llama “fascista” a un estado o a un individuo, no se está refiriendo a fascista-fascista, fascista de los de Italia. Volvemos pues a la definición social ya explicada más arriba. Pero ni así.

¿De dónde vienen los superhéroes? No me refiero al origen mítico, no quiero remontarme a la mitología clásica —que también, por supuesto—, no estoy hablando de los superpoderes. Hablo de la idea de héroe como persona que se sacrifica por la comunidad, que llega a donde las leyes no pueden o no quieren. Es una figura profundamente enraizada en la cultura americana: el hombre de la frontera, el justiciero que se mueve en los límites de la ley y la sociedad para hacer el bien común. Tiene mucho que ver con el individualismo, con el hombre hecho a sí mismo. Esa idea de hombre fuera del sistema pero que lucha por el mismo, por sus valores primigenios, la idea del buen samaritano, en definitiva, es la que está en el origen de los superhombres, aunque aparezca desde los tiempos coloniales recurrentemente en la cultura popular, como encarnación pura de los valores de la sociedad, como expresión máxima de la misma. Evidentemente, es cierto que en momentos concretos el superhéroe ha sido vehículo para expresar un deseo de superioridad frente a otros pueblos. Durante la segunda guerra mundial, por ejemplo. Pero eso es algo que sucede en tiempos de guerra, o de crisis, en todos los medios de comunicación, y que no tiene que ver con el fascismo, sino que es una táctica de guerra y una forma de exacerbar el patriotismo. Pero el superhéroe, en su definición más simple, es un arquetipo universal: encarna lo mejor de todos nosotros. Su comportamiento concreto, el de cada personaje, por supuesto ya es otra cuestión. Se les acusa de no acudir a la raíz de los problemas sociales, y repartir puñetazos contra las caras visibles, el último eslabón de la cadena. Hay muchos ejemplos a lo largo de la historia de superhéroes enfrentados a problemas sociales, pero convinamos en que eso es cierto. No es una cuestión política. En realidad la mayor parte del tiempo son apolíticos: como en materia de religión, los superhéroes se mantienen en un cómodo y conveniente limbo. También es algo que depende de la época y de los autores, pero resumiendo:

Un superhéroe que sigue las normas de un sistema democrático aunque opere al margen de él no puede considerarse fascista. El hecho de que tengan un poder superior al de los demás no los convierte automáticamente en fascista, por que ello dependería, en todo caso del abuso de ese poder. Todos conocemos la máxima de Spider-man, a quien no definiría jamás como un fascista.

Un superhéroe que sigue las normas de un sistema democrático dentro del mismo tampoco puede llamarse fascista. Puede llamársele afecto al poder, siervo del sistema o lo que se quiera, pero no fascista. Sí supone, claro, una posición más ambigua para el héroe si continua junto al poder cuando éste exhibe un comportamiento protofascista: véase la postura adoptada por Iron Man durante la Civil War de Marvel.

Un superhéroe que no sigue las normas de un sistema democrático, será libertario, revolucionario, o un simple delincuente, pero nunca un fascista. El Castigador no tiene ideas políticas: actúa en contra de las normas impuestas por el sistema para conseguir su fin, pero no propone un modelo de gobierno o de estado. Lo mismo puede decirse, por ejemplo, de Rorschach en Watchmen; a pesar de que Alan Moore ha reiterado en muchas ocasiones que considera a su personaje un fascista, Rorschach es sólo un vigilante que se toma la justicia por su mano, pero políticamente es claro que es un liberal, conservador y patriota americano, anticomunista, que hoy se sentiría muy cómodo militando en el Tea Party, pero que no es un fascista.

En mi opinión, en realidad, sólo hay dos maneras en las que podamos definir a un superhéroe como fascista. La primera, que apoye a un régimen efectivamente fascista o como mínimo totalitario, lo que no suele darse salvo en algunos personajes secundarios que, habitualmente suelen presentarse como adversarios de los héroes demócratas. La segunda, que abusen de sus poderes para usurpar el poder e impongan por la fuerza sus ideas de gobierno. En ese abuso es en el único lugar donde debemos buscar actitudes propiamente fascistas, y no en la violencia como modus operandi o en la simpatía o antipatía para con el poder legítimamente constituido. Tenemos varios ejemplos de este tipo de comportamientos en los tebeos: desde el temprano golpe de estado del Escuadrón Supremo de Mark Gruenwald en los ochenta —grupo que, como los dictadores romanos, se comprometió a devolver el poder pasado un año—, a The Authority de Mark Millar o Black Summer, de Warren Ellis, donde, significativamente, el golpe de estado de los superhéroes acaba en desastre en lugar de en utopía. En esas situaciones, en las que un puñado de personas considera que, dada la posición en la que les colocan sus superpoderes, no pueden dar la espalda a la degradación de la sociedad y a los problemas del mundo, y deciden tomar por la fuerza el poder, son las únicas en las que se están acercando realmente a la actuación de Mussolini.

Más allá de eso, considero que no tiene base considerar todo un género como fascista simplemente por el uso de la fuerza o la aparición de hombres y mujeres con poderes especiales que los colocan por encima del resto de los mortales, aunque sea en potencia. Su actuación, su papel en la sociedad y en la política, no son fascistas en absoluto. Y, por supuesto, el colmo de esta afirmación general y superficial está en considerar paradigma de los cómics fascistas The Dark Knight Strikes Again de Frank Miller, donde Batman y sus aliados luchan contra el poder precisamente porque éste se comporta, de facto, como un fascismo.

Hasta aquí el análisis “desde fuera”, medianamente frío y analítico, examinando los tebeos como productos culturales de una sociedad concreta. Pero, en realidad, mis razones para no considerar fascistas a los superhéroes son mucho más sencillas y prácticas. Metámonos en su mundo, pensemos con la lógica de sus universos de ficción.

Eres un joven normal y corriente hasta que un día te pica una araña radioactiva, descubres que eres mutante y puedes disparar rayos por los ojos, o que eres el depositario de un poder arcano que te convierte en un semidios. ¿Qué haces? Recuerda que si te dedicas a ayudar a los demás usando esos poderes podrán acusarte de fascista. El acto más altruísta y bondadoso podrá ser usado en tu contra. Si cualquier ciudadano, agente de la ley o no, presencia un intento de violación y detiene al asaltante, será un héroe. Si lo hace alguien claramente más poderoso que el violador, será un fascista. Vamos más allá. Si en tu ciudad aparece el Juggernaut, el Rino, o cualquier otro tanque andante, con la intención de robar un banco dejando a su paso un reguero de destrucción y probablemente varios muertos, la actuación no fascista es dejar el problema en manos de la policía, que son los únicos que legalmente tienen autoridad para actuar contra los que quebranten la ley. Por supuesto, el día que los skrulls decidan invadir la Tierra o los habitantes de una dimensión paralela quieran destruir la nuestra, el joven con superpoderes deberá dejar que los humanos normales se las apañen solos. Utilizar la fuerza para resolver mediante la violencia la amenaza sería, a todas luces, un acto fascista.

¿Veis a dónde quiero llegar? El mundo ficticio en el que existen los superhéroes NO es el nuestro. Es un mundo con sus propias reglas, con amenazas extremas que exigen soluciones extremas. Es un mundo pensado para que los superhéroes puedan hacer uso de sus poderes contra otros seres que a veces ni siquiera son humanos ante los que no cabe otra solución que usar la violencia y actuar por encima de los gobiernos y fuerzas del orden legales. Intentar aplicar análisis de nuestro mundo al suyo no es inútil, por supuesto, sirve para extraer muchas conclusiones. Pero, caramba, que son tebeos de acción, de ciencia ficción, de aventuras. Ciertamente son cómics que reflejan la realidad social de su tiempo, yo lo he defendido siempre y como tal los analizo. Y es un ejercicio interesante plantearse hasta dónde debe llegar un superhéroe en sus acciones, y así lo demuestran algunas de las mejores historias. Pero, de las características intrínsecas al género, no puede colegirse que todo él es propaganda fascista, simplemente.


3 respuestas a “Fascismo y superhéroes.

  1. Muy, muy bueno! Ultimamente estoy reconciliándome con el género superheróico con Watchmen (sí, sé que llego tarde) y la increíble Astrocity y me resulta como poco curioso cómo se van produciendo cómics a la vez que el público objetivo va envejeciendo.

    Decía Rafael Marín es su blog que los actuales lectores de cómics somos adultos, por lo que no pasa nada si los autores se toman sus licencias y describen un mundo en el que los buenos matan (con todas las letras y el apoyo de los gobiernos) a los malos. Sin más. No se trata de enseñar nada a púberes y adolescentes, sino de contar una historia entretenida que va a ser consumida por adultos que saben interpretar lo que leen.

  2. Ese mundo ficticio esta basado en el nuestro Y sus propias normas y reglas son un reflejo de nuestras propias normas y reglas
    Las definiciones de ideologias estan igual de asentadas en dichos universos al igual que el nuestro porque esta basado e inspirado en el nuestro

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