Encuentros cercanos, de Anabel Colazo

Encuentros cercanos de Anabel Colazo, publicado por La Cúpula —esforzada, en los últimos tiempos, por sumar a su catálogo a jóvenes autores—, ha sido una de las sensaciones de la recta final de 2017, hasta el punto de aparecer en muchos de los listados de lo mejor del año. Colazo llevaba ya muchas páginas a sus espaldas antes de embarcarse en este proyecto; primero, como una de las impulsoras del fanzine Nimio, uno de los más importantes de los últimos cinco años, pero también con El cristal imposible (Dehavilland, 2015), un cómic irregular, que, quizá llegaba demasiado pronto en la carrera de una dibujante acostumbrada a lo breve: de hecho, en este álbum recurría a los mismos temas y el mismo universo fantástico, así como al estilo de dibujo sencillo y estilizado al que nos tenía acostumbrados en Nimio. Sin embargo, en Encuentros cercanos el salto cualitativo es tan evidente como la intención de modular su voz autoral y explorar nuevos terrenos… aunque, en el fondo, no esté tan lejos.

Lo primero que sorprende es que, aunque el dibujo es totalmente reconocible, no resulta tan naif como en el trabajo anterior, y la personalísima caricatura que practicaba se ha vuelto más sobria. También ha ganado en texturas y detalles. El ritmo, los encuadres y planos parecen más contenidos, más neutros, algo que se adecúa muy bien al tono narrativo que ha escogido para esta historia, que exige cierta distancia hacia los personajes y los hechos: por momentos, parece un falso documental, porque aunque el relato se cuente mediante un narrador en primera persona —o, más exactamente, dos sucesivos—, la recurrencia a sucesos reales y el afán expositivo de algunas secuencias —excesivo en algún momento puntual, pero casi siempre bien manejado— recuerdan a un reportaje.

Encuentros cercanos afronta una temática muy atractiva, la ufología, desde el punto de vista que a mí más me interesa: la repercusión de estas cuestiones en los seres humanos, y su influencia en la sociedad. Por ello, se ha comparado este libro con Azul y pálido (Entrecomics Comics, 2012) de Pablo Ríos, otro tebeo sobre alienígenas que ponía el foco en las personas en lugar de los hechos, como también lo hace un ensayo que creo que tiene mucho que ver con este acercamiento posmoderno al fenómeno: La incógnita OVNI. Metafísica de la ruptura (2012) de Pablo Vergel. Colazo se acerca a la ufología como ficción: como conjunto de historias que puede influir en nuestras vidas de un modo tan poderoso o más que cualquier hecho objetivo. La verdad no existe, o no importa. Como dice uno de los personajes de la historia: «la verdad está más allá de los hechos y se esconde en el absurdo del conjunto» (p. 94). Muy acertadamente, la autora inicia su cómic recordando las fotografías falsas de hadas de Elsie Wright y Frances Griffiths que cautivaron la imaginación de Arthur Conan Doyle a principios del siglo XX, y la del protagonista de Encuentros cercanos durante su infancia, Daniel. Ya entonces, cuando descubrió que las imágenes eran falsas, le fascinó la brillantez de la mentira.

Porque, en realidad, Encuentros cercanos está tratando precisamente de eso: de la mentira, entendida como ficción, y su influencia en la historia de la humanidad. Mentiras poderosas que devienen en historias, mitos y conceptos tales como nación o pueblo, y que organizan nuestras vidas. La creencia, en todas sus formas. En entrevista con Daniel Ausente, Colazo ha advertido que la ufología es un «folclore moderno», y, como tal, basa su poder de persuasión y de influencia no en la existencia de una realidad física y empírica tras él, sino en la atracción que ejerce sobre las personas.

En la historia desarrollada en Encuentros cercanos nunca vemos nada sobrenatural o alienígena. No hay marcianos, ni siquiera se muestra ninguna aeronave. Colazo se mueve en la insinuación y en lo atmosférico con mucha habilidad, de modo que nos envuelve, durante la lectura, la sensación de que algo está pasando: hay pruebas poco concluyentes, mensajes, algún individuo que parece indicar que, efectivamente, en el pequeño pueblo del Cruce puede estar sucediendo algo paranormal. Pero nunca lo vemos. Lo único que tenemos son, precisamente, historias: personas que afirman haber presenciado cosas. Eso es lo único que podemos dar por hecho. Lo interesante es ver cómo, ante el mismo estímulo, cada personaje cuenta su historia, influida por sus creencias y por sus valores. Diego, que parece escéptico, acaba atraído por los indicios que se encuentra en el pueblo en el que se queda colgado durante un par de días. Juan está totalmente convencido, Barry es un conspiranoico de manual, y Marina es una escéptica convencida que, sin embargo, siente la llamada de ese algo que sobrevuela el pueblo, y acaba convertida en una contactada. Este teatro de personajes que, en su construcción y en la manera de relacionarse entre sí, recuerdan a las estrategias que emplea Álvaro Ortiz en sus cómics —monólogo interno, interpretación subjetiva de los comportamientos ajenos al narrador en primera persona, conversaciones en las que se valora a una tercera persona—, es revisitado en la segunda parte de la historia, tras una elipsis temporal que nos lleva de los años noventa a la actualidad. Nada se solucionó entonces, y, tal vez por eso, una joven estudiante de Periodismo interesada en la temática del misterio —que me ha parecido un trasunto tal vez demasiado obvio de la autora y de sus posturas, pese a su eficacia—, se siente inmediatamente atraída por la historia, que, como descubrimos cuando ella recoge el punto de vista narrativo, acaba de contarle Daniel, veinte años después. Perdida en un mar de interpretaciones, mentiras y recuerdos, la estudiante intenta volver al lugar de los hechos para descubrir que no puede ya llegar a ellos. Que nunca ha podido, y que todo lo que queda es una ficción —«los recuerdos muchas veces se transforman en una especie de ficción» (p. 69)—. Tal vez, en el fondo, todo lo que rodea a la ufología nos atrae tanto porque nos recuerda la incertidumbre que nos acompaña durante toda nuestra vida.

Anabel Colazo ha sabido recoger todo esto con inteligencia y sensibilidad, sin caer en la tentación de cerrar la historia para tranquilizar esa incertidumbre, en una obra sorprendentemente madura, a pesar de ciertos subrayados innecesarios, ya mencionado, perdonables en una primera obra larga y que, sin duda, pulirá en el prometedor futuro que dibuja Encuentros cercanos.


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