Lecturas de la semana (16)

Lubianka. La noche que no conoce el alba (Norma Editorial, 2023) de Felipe Hernández Cava y Pablo Auladell es un regreso a un tipo de novela gráfica que, en realidad, no se ha ido nunca: la que empezó a transformar, poco a poco, el cómic español a mediados de los años 90. Hernández Cava fue una pieza clave en esa transformación, que pasaba por un tratamiento serio de los temas y las narrativas, demasiado serio, quizás, para los tiempos posmodernos e irónicos que vivimos. El guionista persiste en sus intereses políticos de las últimas obras, centrados en la revisión crítica de la historia de la izquierda europea en el siglo XX, a veces con resultados discutibles, en el terreno historiográfico o político. No es el caso de Lubianka, que aborda las purgas stalinistas previas a la Segunda Guerra Mundial, cuando Stalin se deshacía de sus camaradas más incómodos. El estilo literario de Hernández Cava, ampuloso y ajeno a la oralidad, sienta bien al formato narrativo escogido: sin apenas diálogos, con una narración en off que permite sumergirnos en una especie de juego macabro, en el que su protagonista busca, por un lado, quebrar a un poeta, antes afecto al régimen, y, por otro, liarse con su esposa embarazada. La literatura choca con la política, y la pulsión de muerte choca con la sexual. Las ilustraciones de Auladell, tan buenas como siempre, empastan las atmósferas hasta hacerlas irrespirables, y dota a las figuras de unas texturas pictóricas, como acostumbra a hacer en sus últimas obras. Es una obra un tanto monótona en lo formal, encorsetada por la estructura de dos viñetas grandes por página, pero que va al grano y transmite un horror gris, sin salida, que convierte la lectura es una experiencia intencionadamente desagradable.

Cosmo en el espacio (Astiberri, 2024) de Javi de Castro ha sido una agradable sorpresa: un regreso del de Castro más experimental y formalista, el que conocimos en fanzines y webcómics, que, en esta ocasión, se esfuerza y rompe la cabeza para elaborar un cómic «reversible», que se lee al derecho y luego al revés, siguiendo la fórmula del pionero del cómic Gustave Verbeek y su The Incredible  Upside-Downs of Little Lady Lovekins and Old Man Muffaroo. Verbeek empleaba un estilo de dibujo más detallado que Javi de Castro, lo cual lo hace más difícil, pero este tiene que invertir la historia durante todo un cómic de 64 páginas, que no es poca cosa. La historia en sí es un viaje espacial muy al uso, divertido, perfecto para niños/as de unos 6 o 7 años, pero el recurso formal es lo que le da a la obra un factor diferencial, ya que funciona como un tiro: tanto la manera de «invisibilizar» los bocadillos y cartuchos de texto que no toca leer como la transformación de las imágenes cuando se le dan la vuelta, de maneras la mayoría de las veces muy imprevisibles.

Imbécil (¡Caramba!, 2024) demuestra que Camille Vannier tiene una chispa genuina y única para el humor. En cada obra lo ha hecho, pero esta recopilación de piezas breves, algunas de las cuales ya había podido leer por haberse publicado como fanzines, toca el cielo de la auto sátira. En la tradición del humor basado en la exposición de los defectos propios, desde Robert Crumb a Larry David, Vannier no parece tener filtros: nos enseña lo bajo que cae y hace chistes sobre ello. Su vida parece un catálogo de muestras de los siete pecados capitales. Pero, naturalmente, esto no basta: si Camille Vannier es, para mí, uno de los cuatro o cinco nombres esenciales del cómic de humor actual, es porque esa falta de escrúpulos o de pudor también se traslada al dibujo, formas amorfas de una expresividad superlativa, cuya naturaleza «fea» la autora ha incorporado plenamente a su discurso: las guardas del libro están llenas de opiniones reales de diferentes redes sociales que critican su estilo. A eso hay que sumar un dominio de ritmo humorístico casi impecable, un ingrediente esencial para provocar carcajadas.

El nido. El último banquete de Hitler (Salamandra Graphic, 2024, trad. David Paradela López) de Marco Galli ha sido una sorpresa, porque no conocía a este autor italiano, que practica una caricatura de línea fina y muchos espacios rellenos de color, que puede recordar un poco a Tardi, pero que también se emparenta con dibujantes poco interesados en mostrar cosas bonitas, como su compatriota Miguel Vila. La decadencia moral y psicológica de Hitler y su círculo cercano se traduce en cuerpos flácidos y mórbidos, así como en rostros desencajados. El final de Tercer Reich está cerca, el Führer está ya desquiciado y solo queda pasar unos días en un refugio de montaña, la última fiesta y la última comilona, mientras todo se desmorona. Me gusta de El nido que no quiere ser un cómic «histórico»: no es didáctico, no está interesado en explicar los acontecimientos históricos, ni siquiera en denunciar nada. Se trata de realizar un retrato psicológico, de aportar, desde lo visual, significados diferentes a una historia bien conocida, sin preocuparse de instruir o de ser fiel a la verdad. Tampoco al discurso hegemónico: Hitler tiene momentos de unan rara y retorcida ternura, y la visión del conflicto bélico dista de ser maniquea.

Laberintos 3 (Reservoir Books, 2024, trad. Carlos Mayor) es la conclusión de la última trilogía de Charles Burns, uno de los grandes nombres del cómic estadounidense de las últimas cuatro décadas. Con Laberintos me ha pasado que he estado desde el principio intentando que me gustara mucho, porque Burns es Burns y porque en Vista final entregó una obra notable. Pero, a pesar de que empezó bien, la historia se ha ido disolviendo, hasta un final decepcionante y un tanto rutinario, dentro del universo de Burns. Por supuesto, tiene hallazgos, viñetas espléndidas, algún diálogo interesante. Pero el conjunto es inercial: un cómic que tiene todo lo que tiene que tener un cómic de este autor, pero desvaído, demasiado procesado y poco sorprendente. Esa sensación de que Burns no está contando lo de siempre, aunque sin elementos fantásticos, que sigue atrapado en ese universo nostálgico de los 70-80, de la serie B, de la adolescencia y los freaks, de un tipo u otro. Laberintos termina porque tiene que terminar, pero no ha llegado a ninguna parte, y con esto no quiero decir, claro, que deba tener un desenlace al uso. Simplemente que en este viaje nunca hemos terminado de creer ninguno.

Mis agendas semanales (Apa-Apa, 2024) de Pepa Prieto Puy representa, de algún modo, lo que fue la obra de Charles Burns en el pasado y ya no es: una visión directa de el tiempo que le ha tocado vivir a la autora. Prieto Puy, cuyos fanzines siempre me han interesado mucho, reúne varios de ellos, más algunas historias nuevas, casi todas girando alrededor de la precariedad emocional que parece ser el tema -uno de ellos- de esta época, y que también ha tratado Candela Sierra en Lo sabes aunque no te lo he dicho (Astiberri, 2024). Prieto Puy aborda la soledad, las relaciones de pareja sin empatía o verdadera comunicación, las citas de Tinder de mierda, las entrevistas de trabajo psicópatas. Con el toque justo de onirismo y fantasía, la autora también introduce toques de humor y un poquito de mala leche. Como se da la circunstancia de que son amigas, existe la tentación de compararla con Roberta Vázquez, pero yo creo que tienen menos en común de lo que parece, quizás porque Prieto Puy, en algunas historias, quiere ser más poética, pero también porque Vázquez es más costumbrista, en el fondo.


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