Las aventuras de Zorgo (integral), de Luis Bustos

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Ahora que el CuCo vuela solo y ha dejado a sus orgullosos padres observando emocionados sus evoluciones, retomo poco a poco la normalidad del blog y aprovecho para escribir sobre algunos cómics que he leído recientemente.

El primero de ellos es un integral de Las aventuras de Zorgo, de Luis Bustos, que acaba de publicar Dibbuks. Yo de Zorgo había leído páginas sueltas, y a Bustos lo conocía principalmente por Endurance, una novela gráfica excelente pero muy alejada de esta obra humorística. La serie aparecía originariamente en Mister K, así que el humor de la misma es para todos los públicos, lo cual no significa que no haya gotas de mala leche muy oportunamente colocadas. Zorgo, que no hemos hablado todavía de él, es un genio del mal arquetípico que está obsesionado con terminar con la democracia, al que las cosas tienden a salirle mal, pero que nunca deja de insistir en sus planes chungos para esclavizar el planeta.

Hay mucho de la escuela Bruguera en Zorgo, sobre todo en la estructura del gag con chiste final, y también hay bastante de ciertas series de animación de culto de Nickelodeon o Cartoon NetworkSupernenas o Pinky y Cerebro, por ejemplo—, pero la cosa no se queda en mera amalgama, porque Bustos es un autor con amplios conocimientos del medio y sus mecanismos. Por ejemplo, se nota que lee manga, y se nota también que conoce bien el género de los superhéroes.

Pero sobre todo se nota que es un autor con personalidad propia: he reconocido totalmente al dibujante de Endurance en estas páginas, aunque el estilo es muy diferente.

Me he reído mucho leyendo Zorgo. Tiene páginas con mucha gracia, con chistes que a pesar de que nunca pierden el target al que van dirigidos ni caen en el hermetismo del humor friki, saben sorprender siempre. Aparte de eso, es que Zorgo cae muy bien. Hay una especie de elogio del mal en este tebeo muy divertido; los buenos son un rollo, clones unos de otros, y el presidente de los EE. UU., archienemigo de Zorgo, es tan malo como él. Los villanos, en cambio, son todos diferentes y se lo pasan muy bien: tienen reuniones, premios anuales, guaridas chulas y un montón de gadgets. Vale que Zorgo es un poco desastre, y tiende a la chapuza demasiado a menudo, pero por eso es mucho más cercano y entrañable. ¿Quién de nosotros no ha acabado sucumbiendo en un momento u otro a la procrastinación, ha entregado un trabajo terminado de cualquier manera o se ha dejado poder por las prisas?

Otro mérito de Bustos es haber creado un universo completo para Zorgo, no tan complejo como para cerrarse al lector ocasional, pero sí lo suficientemente bien armado como para enriquecer mucho el resultado. Manolito el esbirro —soy incapaz de pensar un nombre más genial para el personaje—, los tochobots que Zorgo va construyendo, el ya mencionado presidente, o los agentes de la ONU. Es una amalgama que no renuncia al sello personal, y por eso funciona.

Y nada, lo dicho: que me ha divertido mucho leer de un tirón todo Zorgo. Y ahora que estamos siempre a vueltas con el cómic infantil, tengo que decir que no se me ocurre ningún motivo para no darle a cualquier chaval de a partir de ocho años o así este tebeo, y que se lo pase tan bien como nos lo podemos pasar nosotros.


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