Señores del caos, de Michael Moynihan y Didrik Søderlind.

señores del caos

No quiero dejar pasar más tiempo sin comentar Señores del caos, que terminé de leer hace ya unas semanas. Se trata de un apabullante trabajo periodístico de Michael Moynihan y Didrik Søderlind que analiza con una profundidad bastante infrecuente el fenómeno del black metal, especialmente el noruego. Y digo fenómeno porque esto es clave en el libro: es un trabajo que trasciende lo musical y se convierte en un estudio cultural y sociológico, con todas las implicaciones que esto tiene. La música está ahí, evidentemente, pero sin ninguna duda lo más interesante de Señores del caos es otra cosa. Es el proceso por el cual aparece, en un país remoto del frío norte, una escena mínima y underground, sus implicaciones sociales, las relaciones entre sus miembros, la psicología de sus líderes, la filosofía, la religión, la política… y el circo mediático que se genera a su alrededor cuando ese puñado de inadaptados paso de las fantasías a los hechos.

El rigor con el que ambos autores han conducido una investigación de años es admirable, especialmente porque están tratando una materia en la que la tentación de caer en el amarillismo siempre va a estar ahí. Pero muy al contrario, de lo que se trata aquí es de hacer un retrato fiel, en el que se atienden a versiones diferentes, muchas veces radicalmente opuestas, sin posicionarse, o haciéndolo, pero dejándole margen al lector para que él también se forme su opinión. Para todo esto es crucial el manejo de fuentes. Sin una selección correcta, como sabe cualquiera que se dedique a las ciencias sociales, una investigación, por bienintencionada que sea, se puede venir abajo. Søderlind y Moynihan rebuscan entre la prensa de los diferentes países con escena black metalera, han realizado decenas de entrevistas a los protagonistas y a otras personas involucradas en las polémicas acciones de las bandas black, y más allá de eso lo han sabido hilar en un relato fascinante y absorbente, que se lee como una novela, del tirón, especialmente en lo que respecta a la escena noruega, la que inició todo y la que ofrece los mayores interrogantes desde el punto de vista sociológico.

Porque ya decía al principio que esto es la clave de todo. ¿Cómo pudo suceder esto? ¿Qué mecanismos sociales operaron ahí para que un grupo de chavales acabara quemando iglesias antiguas o cometiendo asesinatos? Señores del caos habla de decadencia cultural, de sociedades bloqueadas y sumidas en su autocomplacencia, de valores que no pueden dar respuestas a quien es marginado de las supuestas bondades del sistema, que intentará encontrar las suyas propias, en un sincretismo al que no sé si llamar posmoderno o terriblemente tradicional, que mezcla satanismo, paganismo, nacionalsocialismo y hasta a los ancient aliens para organizar una especie de teoría integral que explica todos los males de la contemporaneidad y aboga por una vuelta a la pureza pasada, basada en otro sistema de valores. Es una paradoja, una falacia lógica: críos fascinados con el nazismo y abiertamente homófobos y racistas hablando de libertad suprema para el individuo.

Eso también es interesantísimo. Lo de los críos, digo. Porque en el fondo, al menos al principio, eran eso: chavales que se dejaron llevar demasiado y que crearon un microuniverso con sus propias normas, y que chocó brutalmente con la realidad cuando trasgredieron las suyas. Leyendo Señores del caos, creo que una de las claves para que esto sucediera justo en ese momento y lugar estuvo, precisamente, en el tiempo y el espacio. Una sociedad nórdica, con poca vida social y en comunidad, comparada con las de países con mejor clima, un buen nivel socioeconómico y sobre todo pacífica, sin grupos radicales previos. Con un lugar por ocupar que el Círculo Negro ocupó. Creo que el fenómeno habría sido imposible si Oslo hubiera sido una ciudad con bandas punks, neonazis o de cualquier otro tipo, donde estos jóvenes introvertidos que se pintaban el cuerpo como cadáveres habrían sido una nota colorista, y no los señores del mal que la prensa local dibujó. Varg Vikernes en la Vallecas de los años 80 habría durado dos telediarios.

Pero todo esto —aparte de ser una teoría personal, por supuesto— sólo hace que todo lo que se cuenta en Señores del caos sea aún más sobrecogedor. La historia de cómo esos chicos pasaron de grabar maquetas sin apenas saber tocar sus instrumentos, con una música mucho menos aterradora de lo que ellos pensaban a cometer delitos que llevaron a la cárcel a prácticamente toda la plana mayor de la primera escena noruega. Y más concretamente la relación de Vikernes y Euronymus, las dos cabezas del Círculo Negro, es interesantísima. Como también lo es la comercialización del fenómeno y la exportación a otros mercados, previa limadura de aristas incómodas, tanto las delictivas como las que no lo son pero dan en la diana cuando atacan los puntos débiles de nuestro sistema.

He dejado al final todo lo que se refiere a la edición española, lo cual es algo injusto porque desde luego no es lo último a tener en cuenta. Es Pop Ediciones ha llevado a cabo un trabajo extraordinario, que da valor al libro como objeto y recoge las ampliaciones que los autores realizaron posteriormente, además de un prólogo de Javier Calvo y el impresionante trabajo gráfico de Miquel Porto.


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