Lance, de Warren Tufts (edición de Manuel Caldas).

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He hablado aquí un par de veces de la increíble labor de restauración y edición que Manuel Caldas está llevando a cabo con Príncipe Valiente, pero hoy quiero acercarme a la otra tira de prensa de tradición realista que está restaurando: Lance. No conocía la serie más que por el nombre, pero me fié del gusto de un hombre que se ha pasado eternas horas currando sobre el trabajo de Harold Foster, y probé con el primero de los cuatro tomos que completarán la serie. Es evidente que si tratamos de compararla con Príncipe Valiente sale perdiendo, como saldrían quizás todas las tiras clásicas americanas. Pero me gustó, y eso que pese a fiarme tenía ciertas reservas, básicamente porque Lance es un western de los años cincuenta, y no me gusta el tono santurrón y colonialista que exhibe el género en esa época.

Pero no, sorprendentemente, Warren Tufts, si bien construye un western con todos los tópicos del género, tiene desde el principio la intención de ser ecuánime. Huye de maniqueísmos al tratar las relaciones entre blancos e indios tanto como de visiones idealizadas y ñoñas de estos últimos, y aunque la historia se cuente desde el punto de vista del blanco y haya enfrentamientos con los indios, que no son malos y tontos: simplemente defienden sus intereses. En ambos bandos hay cobardes, mezquinos y personas justas, y la clave para que leído hoy no resulte un panfleto está en eso y en la falta del patriotismo exacerbado que era de esperar en los años cincuenta. Lance es realista y se afianza en una buena labor de documentación, tanto histórica como de ambientación, y cuenta una época, la conquista del oeste de mediados del siglo XIX, con una objetividad que si bien no es completa, es francamente de agradecer.

En la labor gráfica Tufts está más que bien. Es un gran dibujante de la escuela Foster, al que sigue casi a rajatabla al principio en composición, ritmo narrativo y dibujo de la figura humana, para progresivamente ir encontrando un estilo más propio. Es más rígido que el maestro y carece de su habilidad para el detalle minucioso y las enormes viñetas-cuadro, pero pese a ello puede considerársele un discípulo aventajado con sus propios puntos fuertes. El mayor de ellos es su sensibilidad para plasmar el rico paisaje americano, apoyado en un gran uso del color, con el que experimenta y arriesga en ciertos momentos con grandes resultados —sus cielos, pintados directamente sin que haya línea de tinta, son espectaculares—. Con el paso del tiempo dejará de apoyarse únicamente en los textos de apoyo —otra herencia de Foster— e introducirá el bocadillo en sus páginas, al tiempo que mejora notablemente como escritor, como ya le pasó al propio Foster. Cuando se le pida que produzca una tira diaria además de la página dominical, demostrará que no se le da mal el blanco y negro a la vez que se las apaña, como muchos otros autores de tiras de prensa de la época, para que las dominicales puedan leerse de forma independiente a las diarias, que quedan como una fuente de información adicional que rellena huecos sin los que el lector de todas formas puede seguir perfectamente la historia.

Carece Lance de la pasión y la fuerza de Príncipe Valiente, del sentido de saga y de la reflexión vital que hacen de la creación de Foster una obra cumbre. Pero a pesar de ello sigue siendo una lectura interesante, entretenida pese a algún bajón, con secundarios carismáticos —que son la sal de toda tira— que muchas veces interesan más que el propio Lance, demasiado soso y boy-scout. Y sobre todo un excepcional trabajo gráfico que aquí se ve potenciado por el trabajo, de nuevo sobresaliente, de Manuel Caldas. Son sólo cuatro tomitos, de los que ya han salido a la venta dos, por lo que merece la pena y no sale muy caro hacerse con este clásico algo desconocido en España de la historieta clásica americana.


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