Los invisibles, de Grant Morrison y otros.

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Ahora sí, toca escribir de Los invisibles largo y tendido. Como todos sabemos, fue una serie que se publicó mensualmente —con alguna pausa entre volúmenes— desde 1994 a 2000 dentro del sello Vertigo, lo cual implica muchas cosas. Se encuadra en un momento en el que DC estaba buscando nuevas orientaciones para su sello adulto, que había surgido al amparo del éxito de Swamp Thing y que había prosperado como lugar de revisitación de personajes oscuros, en todos los sentidos, de la editorial: Shade, Doom Patrol, Animal Man, títulos todos ellos que ya estaban en marcha cuando el sello se creó en 1993. Y también, claro, como espacio de crecimiento de una generación de escritores británicos que siguiendo la estela de Alan Moore hicieron las Américas trayendo un aire diferente, un tono adulto y temas propios del terror, la ciencia ficción y demás géneros que en el cómic americano estaban olvidados. Fue, visto desde hoy, un intento de romper la endogamia de unas editoriales que ya entonces estaba dando síntomas claros de agotamiento. Pero poco después de su creación el sello se vio en la necesidad de generar nuevos contenidos, algunos de los cuales serían propiedad de sus creadores. Y ahí es donde entra en juego Los invisibles. Hay que tener en cuenta que en 1994 Vertigo estaba todavía buscando su tono, más allá de ser el contenedor de trabajos oscuros de británicos. The Sandman había pasado hacía tiempo su ecuador y empezaba a ser un fenómeno editorial, pero todavía no marcaba el cariz de todo el sello como pasaría tras su final, con una lamentable Sandmanexplotation sin sentido ni talento, y se limitaba a Muerte: el alto coste de la vida. Los invisibles apareció como una refrescante novedad que se alejaba del empaque literario de The Sandman… pero no tanto.

            En realidad, aunque no lo parezca hay entre las dos series muchos puntos en común. Ambas exploran los límites entre ficción y realidad, aunque lo hagan desde posiciones diferentes, y ambas tienen, en realidad un target muy similar. Los invisibles enarbola el realismo sucio como gancho para el lector, pero The Sandman no era solamente mundos oníricos e imaginados: también tenía sus arcos más pedestres, con tramas más atadas al mundo de los noventa. El tono sí puede ser distinto, claro, Grant Morrison es como escritor radicalmente opuesto a Neil Gaiman, pero en el fondo, Los invisibles bien puede ser un The Sandman postpunk, más o menos. Me refiero con esto a que ambas son series quintaesencialmente adolescentes, dicho esto sin ningún tipo de carga peyorativa. Simplemente, son cómics que, a los quince años, te pueden marcar de por vida. Y en eso es en lo que creo que se parecen, sobre todo. En el gusto por la frase epatante, sentenciosa, estudiada, en su tratamiento de los grandes temas, en sus personajes atrayentes más grandes que la vida…

            Pero creo que la serie tuvo dos problemas fundamentales, principalmente. El primero, sus dibujantes. Los invisibles tuvo muchos, desde habituales de Vertigo, de estética feísta y poca personalidad, como Chris Weston o John Ridgway, un cumplidor Steve Yeowell que inicia la serie, y sobre todo Jill Thompson y Phil Jimenez, los dos que más números firmaron. Ambos son excelentes dibujantes, sobre todo Thompson, pero me parecen demasiado convencionales para una serie como ésta. No pueden reflejar debidamente ese otro mundo que a veces se atisba, ni los horrores cósmicos a los que se enfrentan los protagonistas de un modo que perturbe de verdad. Era necesario, creo, un dibujante capaz de dibujar ambas realidades con la misma solidez, capaz de inventar una de ellas, y que además supiera experimentar con el lenguaje del cómic como Morrison lo hacía con la palabra pura. Vamos, que me pasé toda la lectura lamentándome de que Frank Quitely no hubiese dibujado toda la serie, aunque, casualidad —¿o magia?—, aparece en su último número para dar una lección en todos los sentidos. Y más o menos lo mismo se puede decir para el portadista principal, un Brian Bolland al que no voy a negarle a estas alturas su pericia como ilustrador pero que no me puede parecer más inadecuado para la serie; funcionan mucho mejor e impactan más los diseños de las cubiertas de los recopilatorios.

            El otro problema es más peliagudo, porque en realidad tampoco todo el mundo lo verá como tal. Es, sencillamente, que se nota demasiado que Los invisibles empieza como una cosa y acaba como otra totalmente diferente. Para bien o para mal.

            Los invisibles arranca con un primer arco, Di que quieres la revolución, que aunque toma su nombre de un tema de The Beatles, tiene por banda sonora más adecuada el London Calling. Un chaval violento, anarquista e inteligente, que se rebela contra el sistema porque, coño, es el sistema, en una Inglaterra deprimida que padece aún las consecuencias del thatcherismo, y que se ve envuelto en una guerra eterna entre dos bandos: el bien y el mal. Mesías a la fuerza, salvador del mundo a su pesar, con un adyuvante mágico que es un Merlín alcóholico poco original pero tremendamente carismático. Estaba ya inventado, vaya. ¿Qué chico o chica en su sano juicio no va a proyectarse en ese niñato arrogante que tiene en sus manos dejar de serlo y trascender la sociedad mediocre en la que vive para convertirse en algo genial? La posibilidad de que el mundo que te rodea no sea la única realidad posible, creer que hay una forma de huir a otro, forma parte de la fantasía de cualquier adolescente. ¿Este mundo de mierda? Tranquilo, es sólo una ilusión. Es posible rasgar el velo y ver más allá. Puedes ser mucho más de lo que eres. El joven Jack Frost comienza su viaje iniciático particular como nuevo Buda, teniendo una experiencia extracorpórea en la que su consciencia despierta y atisba esa otra realidad.

            Estas primeras historias son, en mi opinión, lo mejor de la serie. Son cómics redondos, atrayentes, extraños y a la vez que nos hablan al fondo de nuestra psique. Son cómics que hablan de poder, de anarquía, de control. Hay una guerra en marcha, y unos seres de otra dimensión, de resonancias lovecraftianas claras, que a través de sus peones humanos quieren controlarnos: los Arcontes de la Iglesia Exterior. Contra ellos luchan los Invisibles, organizados en células independientes que operan en la clandestinidad y usan técnicas mágicas y bombas por igual para acabar con sus enemigos. El reparto de personajes no podría ser más acertado: King Mob, trasunto del propio Morrison y carismático líder —al menos por un tiempo— inspirado en un grupo anarquista libertario del Londres de los setenta; Ragged Robin, una mujer venida del futuro; Boy, quizás el personaje más flojo, una expolicía que busca venganza contra los arcontes; y Lord Fanny, una chamán brasileña transexual que es el personaje más complejo, divertido y atrayente de Los Invisibles.

            Pero después, según avanzan las entregas, resulta fácil imaginarse a Morrison cada vez más y más metido en la magia del caos, queriendo convertir la serie, según sus propias palabras, en un conjuro. Lo cual, en principio, no tiene nada de malo, al contrario: puede ser algo grandioso. ¿Lo es aquí? Sí, a ráfagas, pero sí. El problema es que se abandonan o dejan de lado hasta casi la conclusión —o ni eso— muchos de los conceptos que apuntaba en el primer arco. La serie parecía que iba a explorar una vía y enseguida cambia de carril de un volantazo. Al poco de empezar hay un viaje al pasado, a la época de la revolución francesa, y empiezan a aparecer personajes históricos: el marqués de Sade, Shelley y Lord Byron… En todo esto, por cierto, también se asemeja a The Sandman. Pero como digo pronto la cosa va por otro lado. Morrison comienza a centrarse en lo que le obsesiona: la idea de que el lenguaje da forma al mundo y cómo a través de él podemos llegar a otros. Los invisibles se llena de párrafos densos y dfícilmente comprensibles, a la manera del ciberpunk más hardcore, y la narrativa convencional va dejando paso a una sincopada, llena de elipsis e incluso a veces, deliberadamente desordenada. Según la serie se acerca a su final, os juro que hay cómics en los que no me entero de lo que está pasando. La serie se vuelve cada vez más críptica, más para iniciados. Morrison la plantea como un viaje gnóstico y el lector debe verla así o perderse irremisiblemente.

            No cabe duda de que ese hermetismo alejó a muchos lectores, pero también fue lo que atrajo a otros. Los invisibles fue una serie de culto, con todo lo que eso conlleva. Sin embargo, quizás no ser fan de Morrison —aunque sí de algunos, muchos, de sus trabajos— y no seguirla en su momento, y sobre todo leerla ya con cierta edad, creo que me dan una buena perspectiva sobre ella. Y tiene muchas virtudes, conste. Esa búsqueda constante da pie a ideas fascinantes, aunque no sean del todo suyas —la base es tan vieja como Platón—, sí lo es el toque personal y la mezcla loca y exagerada. Conforme nos acercamos a la conclusión de la serie, Morrison vomita más y más ideas, sin filtro, hasta crear un torrente que lo arrastra todo. Hay números en los que casi cada viñeta contiene una idea más o menos inspirada. Eso genera una densidad excesiva, que desborda cualquier modelo narrativo juicioso para una serie mensual. El ritmo de la serie se resiente terriblemente, y la sensación de que Morrison se dispersa por completo se dispara, sobre todo en el tercer volumen. No estoy diciendo que tenga que explicarlo todo, por supuesto; estoy diciendo que tendría que explicar algo. De alguna forma, es como si se hubiese olvidado de que además de una plataforma para comunicar esas ideas que él mismo está aún tratando de ordenar de una forma coherente, también estaba construyendo una historia. Y no son incompatibles: Alan Moore ha conseguido siempre un equilibrio bastante ajustado entre la exposición de tesis y la narración.

            En esa tesitura, el lector tiene dos opciones: o se entrega a esa búsqueda de Morrison y se deja llevar disfrutando de su inspiración, o abandona saturado. Yo acepté la primera, pero siempre pensaré que, en otro momento, o con otro estado de ánimo, podría haber optado por la segunda. Si no lo hice es porque todo lo que trata Morrison me interesa muchísimo, como intenté dejar claro en el post anterior. Su exploración de los conceptos de realidad y ficción, aunque se construya a base de dar muchos palos de ciego, es tremendamente interesante, igual que todo lo que rodea al uso del lenguaje y el efecto que puede tener en nosotros. Y hay ideas increíblemente imaginativas: la droga que hace que se perciban como reales las palabras escritas, la teoría de que abduciones, apariciones marianas y otras hierbas son la manera en la que el cerebro interpreta encuentros o vistazos fugaces a esa otra realidad que los Invisibles son capaces de alcanzar, el 2012 como turning point para el mundo —antes de que se pusiera de moda, claro—, todo lo que tiene que ver con el viaje en el tiempo de Ragged Robin. Tiene tramas y episodios soberbios, como toda la historia del origen de Lord Fanny o el viaje astral de King Mob a los años 20. Pero esos mejores momentos de la serie van quedando atrás, en el recuerdo, según vamos leyendo… y nunca nada supera a ese primer arco de la serie que tanto apuntaba, a excepción, quizás, de un excelente último capítulo que se intuye pensado desde hace tiempo por Morrison.

            Personalmente no creo que Los invisibles sea la mejor obra de Morrison, pero si la más importante. No es lo mismo. Es el cómic que le acabó valiendo la fama de guionista que se mueve bien en distancias cortas pero se pierde en las largas —algo que no comparto del todo: sus New X-Men merecen mucho la pena—. Es una de sus obras más personales, donde configura un sistema mágico-religioso que impregnará toda su obra posterior. Es un edificio abigarrado y de arquitectura imposible lleno de diamantes en bruto en forma de ideas atractivas o venenosas, pero también es un ejemplo perfecto de incontinencia narrativa, de cómo la información puede ahogar a la narración y cómo perderse en los propios pensamientos, y a muchos lectores por el camino. Es lo que es, y quizás no sería tan atrayente sin sus defectos de forma.


8 respuestas a “Los invisibles, de Grant Morrison y otros.

  1. Para mí, una obra tan interesante como fallida. Estoy de acuerdo con tu apreciación de que «Los invisibles» empieza siendo una cosa para cambiar a otra. Las complejas intenciones de Morrison chocan de frente con las necesidades comerciales e industriales de una serie mensual dentro de una editorial mainstream como es DC. Y por mucho que se publique dentro del sello Vértigo, hay unos límites. Recordemos que, inicialmente, Morrison tenía planeado un total de 75 números cuya conclusión tenía que coincidir con el nuevo milenio. Cosa que, al final, no pudo ser, viendo reducido el total a 61.

    Y a lo largo de la serie podemos ir comprobando los continuos giros y cambios de rumbo que Morrison se ve obligado a dar para que la serie sobreviva. Sin duda, el primer volumen es el más cercano al concepto que Morrison quiere crear con «Los invisibles», consiguiendo desplegar fascinantes ideas conceptuales en un contexto de comic de acción y aventuras. Pero el comienzo del segundo volumen, con el arco «Ciencia negra», demuestra que las cosas han cambiado y mucho. Morrison apuesta aquí por la acción pura y dura, transformando el título en una especie de «Misión imposible» merafísica y existencial. No es de extrañar que sea a partir de aquí cuando Brian Bolland se haga cargo de las portadas, un síntoma de la necesidad de dar al conjunto un empaque más atractivo de cara al público. Ideas tan interesantes como los viajes en el tiempo, los saltos interdimensionales o la identidad de Robin se pierden en un desarrollo atropellado, haciendo que el esfuerzo del lector por entender lo que está leyendo se recompense con continuos callejones sin salida.

    Y esta será la tónica dominante del tercer, y sin duda peor, volumen. La necesidad de reducir a 12 números los inicialmente previstos 25 da como resultado una acumulación de ideas y conceptos en el que sin duda es la parte más árida de toda la serie. Lo que tenía que ser un apocalíptico y deslumbrante enfrentamiento final entre el Bien y el Mal -tanto a nivel físico como cósmico- se queda en una resolución anticlimática, en la que Morrison sacrifica la coherencia -tanto interna como externa- en favor de un exceso de verborrea, personajes, idas y venidas que sólo intentan ocultar la pérdida de rumbo en el que ha entrado la serie. Algo a lo que no ayuda el continuo baile de dibujantes, incluso dentro de un mismo número.

  2. Coincido en casi todo, aunque no sé hasta qué punto esa deriva es decisión de Morrison o presión del editor. Igualmente, no sabía lo de esa reducción de números en la serie; ¿se debió a una bajada de ventas?

  3. Por lo que sé, sí. Incluso, en el momento más delirante de la publicación de «Los invisibles», a través del correo de los lectores, Morrison pidió a su público que participaran con él en un ritual mágico que consistiría en que todos se masturbarían a la vez, en una hora acordada, para que la energía canalizada del acto esotérico-onanista sirviera para impulsar las ventas de la colección, la cual estuvo a punto de ser cancelada en numerosas ocasiones. En el tomo publicado por Planeta titulado «Entropía en el Reino Unido» se incluye un artículo escrito por José Torralba Avellí que resulta muy iluminador de la génesis y desarrollo de la colección.

    Decir, como curiosidad, que conecto y me gusta mucho más el Morrison que trabaja con personajes ya existentes que cuando vuela libre en sus propias colecciones. De ahí que disfrute más con «Animal Man», «Nuevos X-Men» o su actual y extraordinario trabajo con Batman que con «Los invisibles» o la también decepcionante «El asco».

  4. ¡hombre!… alegría leerte, Int, en otros foros que no son nuestros respectivos… esto es como entrar en un bar a beber una cola y encontrarse a alguien en la barra con quien sueles coincidir en el cine. Sorpresa agradable 😉

  5. 1- sí, yo también recuerdo el dato del ritual mágico para hacer que la serie bla bla bla… pobre Morison, se cree un gran mago pero DC tiene al Dr Fate de su parte 😉
    2 -sí, lo que recuerdo de mi lectura es como la bajada a un pozo… cada vez más oscura, y cada vez más desequilibrante, y torpe. Un tebeo que va de más a menos por lo hermético de su discurso. Sin embargo ese hermetismo me fascina, por lo que en el conflico «mundo interior»/»aspectos técnicos», diríamos que me gana la partida lo 1º y, en el montante, me gustan los Invis.
    3- Sin duda las causas del problema, a mi modo de entender las cosas, son dobles.. Morrison es, efectivamente irregular y quizá disperso (carece del «cráneo previlegiado» de un Moore para que las adicciones no causen efecto desequilibrante) pero sin duda DC no ha ayudado… si Los Invisibles, a las maneras de un Cerebus (otro que tal, por cierto), fuese un proyecto 100% personal, incluso en los modos editoriales, ¿habría mejorado? es divagar, pero seguramente, sin resultar del todo redondo… yo no llegué al tercer libro, pero ya el 2º es un despiporre algo apresurado, por lo que al menos eso sí podría haberse corregido si no hubiese tenido ahí la espada de DCamocles 🙂

    1. Es que esto de la blogosfera comiquera en un pañuelo cuyo nudo principal, al menos en mi caso, es el Mis Comis, del amigo Fer, auténtico Km 0 de este universo.

      La comparación con Moore me parece de lo más reveladora. Pensemos en la grandiosa «From Hell», un título no muy alejado de las intenciones de Morrison con «Los invisibles» pues Moore también pretende a partir de un caso real (aquí el caso de Jack el destripador, Morrison a través de una serie de experiencias de su propia vida) desplegar una visión personal y cosmogónica que dé como resultado una obra mágica. La diferencia, siempre bajo mi punto de vista claro, es que Alan Moore acierta de pleno, consiguiendo una obra totalmente esotérica, pero también legible.

      Y el motivo de esta diferencia no creo que sea tanto el talento como el proceso y los medios. A pesar de los parones, retrasos y problemas, Moore (Y Campbell) acaba la obra como quería gracias a trabajar de manera independiente, saltando de una publicación a otra, a trancas y barrancas pero sin rendir cuentas a nadie (lo cual siempre resulta un riesgo, recordemos el desastre de «Big Numbers»). En cambio, lo que pretende Morrison es bailar con el diablo e intentar salir ileso. Una serie así resulta inconcebible en un sello tan poderoso como es DC, el cual por mucho subsello adulto o minoritario que desarrolle seguirá teniendo una mente corporativista, centrada en las ventas o en los posibles escándalos o problemas que pueda tener por culpa de una obra y su autor.

      Ese es el problema de trabajar dentro de la industria (por otro lado, posiblemente así Morrison esté mejor pagado que Moore y tenga más trabajo). Recientemente, Morrison ha vuelto a tener problemas con DC: el dichoso relanzamiento le ha cortado su proyecto de Batman que, con todo , parece que podrá finalizar más o menos como quiere. (No deja de resultarme curioso como DC muerde la mano que mejores resultados le está dando, pues el proyecto de Batman de Morrison me parece de lo más grandioso que he leído en mucho tiempo en el medio).

  6. Muy interesante todo lo que apuntas, Int. A mí Moore me gusta, en general, más que Morrison. Y veo igual que tú que hay una diferencia en cuanto a «contención», a no perder de vista que se está contando una historia. En From Hell es donde mejor se ve, pero por ejemplo también lo tienes en Promethea: obra personal, vehículo de ideas personales, mágicas, pero que además impecable como historia, con una coherencia nada obvia o fácil, pero comprensible por un lector activo. Con esto quiero decir que yo no le pido a Morrison que sea «fácil», ni mucho menos.
    Sobre lo que dices de la diferencia entre trabajar por libre y para una gran editorial, es un factor que está ahí, evidentemente. Yo en el caso de Morrison no sé exactamente qué parte de «culpa» tiene esta cuestión, no sé si se quejó en algún momento de que no le dejaran hacer algo, censura, etc. Lo único, que iban a ser más números y al final tuvo que acortar, lo cual no es poca cosa, claro. Lo que es interesante también es pensar en por qué Morrison no ha dado el paso que ha dado Moore en algún momento de los últimos 20-25 años. Sobre todo porque cuando lo hizo Moore aún era algo complicado, pero hoy en día uno puede montarse la guerra por su cuenta fácilmente, y más si eres alguien con un nombre en la industria como es su caso. Podría irse a una editorial pequeña, o fundar su propio sello. Pero por algún motivo decidió seguir trabajando con Marvel y sobre todo DC. ¿Querencia por sus iconos? No lo sé, pero eso sería la causa en algunos casos, en otros, con proyectos de creación propia, sinceramente se me escapa por que los saca bajo DC con todo lo que eso supone de follón editorial, especialmente porque, como dices, no es que lo cuiden mucho a Morrison. Pero sí, me resulta muy curioso esto. Apuntas el tema del dinero, pero la verdad es que no creo que, por ejemplo, haya ganado más dinero con Los invisibles que Moore con From Hell. Puede que sí durante su realización (recordemos que Moore escribió FH durante más de una década mientras que hacía trabajos alimenticios para pagar las facturas) pero estoy convencido de que las ventas del tomo de esa obra son muy superiores a Los Invisibles. Al margen, claro, de la película. Moore renunció a la pasta, pero si no lo hubiese hecho, habría ganado mucho dinero. Es un tema llamativo, éste.

    1. Bueno, cuando hablaba de dinero no me refería precisamente a «Los invisibles», sino al hecho de que al trabajar dentro de la industria y de cabeceras mainstream (JLA, Nuevos X-Men, Batman) y, además, en etapas largas, supongo que significará una mayor estabilidad económica que alguien como Moore que se autoedita o trabaja en proyectos con menos públicos.

      Precisamente, el otro día el colega Fer y yo hablamos del hecho de que Morrison no se hubiera independizado. Y yo creo que es porque, con sus mas y sus menos, a Morrison le gusta estar la industria, lo cual me parece una actitud muy honesta por parte del escocés. Últimamente, nos hemos cansado de leer a Moore quejándose de lo mal que está la industria y de lo malos que son los comics de superhéroes de hoy. Pero quizás esa sea una postura fácil vista desde fuera. En cambio, muy posiblemente a Morrison también le parezca que la calidad del género es hoy muy baja, pero él sí se esfuerza en, trabajando desde dentro, aportar su granito de arena para cambiar eso.

      ¿Y por qué? Porque, creo yo, que Morrison tienen más cariño por los superhéroes que Moore. Hoy mismo he leído «Flex Mentallo», el cual me ha gustado mucho, y es muy revelador de la posición de Morrison porque no deja de ser una autobiografía sentimental acerca de sus primeros años como lector y como, en cierta manera, los superhéroes le salvaron la vida. Algo que queda confirmado por las palabras del propio Morrison en el recomendable documental «Talking with Gods». Por tanto, pienso que Morrison es el primero que no se quiere alejar de la industria y, en este sentido, desarrollar sus ideas más personales («Los invisibles», «El asco», el mencionado «Flex Mentallo» o «We3») dentro de esta no deja de ser sino una coherente señal del amor que siente por esos comics.

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