Tebeo, cómic, novela gráfica.

Tebeo, cómic, novela gráfica. ¿Son lo mismo? Para algunos avanzados a su tiempo está y ha estado claro que no. Veamos.

El vocablo ‘tebeo’ proviene de la revista TBO, cuyo primer número data de 1917. En los años treinta, antes de la guerra, llegó a vender más de doscientos mil ejemplares, una auténtica burrada por la que hoy matarían todos los editores de tebeos y gran parte de los editores en general. Hasta entonces, la palabra que se usaba para referirse al medio era sobre todo ‘historieta’, diminutivo con clara connotación despectiva, que quería indicar que lo que se contaba en él tenía menos peso, menos importancia que las “historias” que se contaban en literatura. Pero el éxito de TBO fue tal que para los años cuarenta, o quizás incluso antes, por antonomasia se llamaba tebeo a cualquier revista de las mismas características —en el Paracuellos de Carlos Giménez, ambientado en los cuarenta, el autor ya hace que sus personajes usen ‘tebeo’ y no ‘historieta’—. Los tebeos eran vistos como un producto infantil entonces no por prejuicios, sino porque efectivamente lo eran en un amplio porcentaje, al margen de que las revistas del estilo de TBO fueran leídas por adultos y contuvieran además un humor que hoy diríamos que era “para todos los públicos”.

Llegan los años setenta y con ellos nuevos géneros al tebeo, tanto importados como de producción propia. De pronto los tebeos empiezan a tener contenidos que no están exclusivamente dedicados a los niños, pero, cosa lógica, la sociedad sigue percibiéndolos como productos infantiles. Por esa necesidad de diferenciar ambas cosas, y de dignificar el medio como un producto adulto tan válido como cualquier otro, los editores importan el término inglés ‘comic’. Y separan artificialmente el cómic del tebeo. En la introducción de la excelente historia corta El miserere incluida en el recopilatorio Sabor a menta Carlos Giménez ironiza sobre esto y nos da la clave para entender qué estaba pasando:

«Por aquellos días, el término ‘cómic’, recién acuñado por los snobs, empezaba a desbancar a la palabra ‘tebeo’, acuñada por el uso, la historia y los lectores. Mucha gente en nuestro mundillo editorial repetía la palabra ‘cómic’ sin saber muy bien lo que exactamente quería decir. No era ése el caso del director Carvajal, quien, con generosidad y dedicación, se preocupaba de instruirnos: “se llama ‘cómic’ a las historias para adultos, y ‘tebeos’ a las que son para niños”.

Y es que el que sabe, sabe. Por eso él era el director.»

Está claro: lo que hacían Alfonso Font, Beá o el propio Carlos Giménez no eran tebeos porque no eran adecuados para niños dada su violencia, su temática social y política o, en el fondo, por no ser “de risa” o “de aventuras”. No hace falta decir que tal distinción nunca llegó a cuajar, pese a que hoy quedan reminiscencias de esa mentalidad en las definiciones que la RAE da, según las cuales, un cómic es “serie o secuencia de viñetas con desarrollo narrativo” mientras que un tebeo es “revista infantil de historietas cuyo asunto se desarrolla en series de dibujos”. Da lo mismo, porque lo único que se consiguió fue introducir una nueva palabra en el castellano —que por cierto, dado que está aceptada en la RAE debe escribirse con la ortografía española, con tilde en la o, vamos—. Dado que caló y que muchas editoriales la usaron para calificar sus publicaciones y el propio nombre de la editorial, como fue el caso de Cómics Forum, pronto ‘cómic’ y ‘tebeo’ fueron sinónimos, y lo que pretendía conseguirse, diferenciar el producto más adulto intentando que se piense que es algo distinto, queda en agua de borrajas cuando se llama así a las historias de superhéroes. Volvemos al punto de partida, por tanto: los tebeos, los cómics, son, a los ojos del público general, para niños. Tras algún intento vano por parte de la intelectualidad que abominaba de ciertos géneros e idolatraba el underground de popularizar un nuevo palabro, ‘cómix’ —“yo no leo cómics, yo leo cómix”, decían algunos en los ochenta, y se quedaban tan a gusto—, se empieza a usar uno nuevo que sí ha calado: novela gráfica.

Estoy bastante seguro de que la primera vez que se usa el término en España es en esos tebeos que adaptaban clásicos de la literatura, pero ni nadie se refería a ellos como novelas gráficas ni tiene mayor relevancia de cara al uso que hoy se hace del mismo. Los tebeos de Marvel que publicaba la editorial Vértice llevaban la leyenda en cubierta “Historias gráficas para adultos”, y a veces se llamaban novelas, por ser el formato similar al de las novelitas infumables de usar y tirar que se editaban entonces. Pero el uso moderno viene del inglés ‘graphic novel’, término acuñado por Will Eisner a finales de los setenta como un intento de dignificar y dar prestigio a su trabajo. Y si él, en un país de larga tradición de historietistas tremendamente respetados —Milton Caniff, Hal Foster, el mismo Eisner—, sintió esa necesidad, cuánto más no lo vieron necesario muchos editores de aquí —siempre los editores; es curioso que el autor rara vez se plantea eso—, donde seguía siendo asunto de niños. Probablemente fue Cómics Forum la primera editorial que lo usó, al traducir y publicar la línea Graphic Novels de Marvel, en la que se ofrecía un contenido ligeramente más adulto o más “de autor” que en su línea normal, y un formato más grande y lujoso, parecido al del típico álbum europeo, pero de tapa blanda. Es en los noventa y sobre todo en los últimos años cuando empieza a extenderse en España de verdad. Primero para referirse a cómics para adultos, de autores independientes, casi siempre americanos, normalmente en formato libro, que tratan temas “serios” frente a los cómics, que tratan temas banales o buscan la pura evasión, como si la novela no tratara jamás temas banales o buscara la evasión. Se repite la historia, y nos intentan convencer de que “Maus no es un cómic, es una novela gráfica”. Se lleva esto al absurdo cuando obras como Watchmen o From Hell, originalmente publicadas por entregas en formato de revista, se catalogan como novelas gráficas y se niega que sean cómics.

En el fondo aquí lo que hay no es más que un tremendo complejo de inferioridad. El mismo que había cuando el editor de Carlos Giménez le explicaba la diferencia entre tebeo y cómic. Hay en el mundo editorial actual un afán desesperado por legitimar el medio y hacer llegar al público adulto la idea de que no es vergonzoso leer tebeos. Y en lugar de divulgar y persistir en el cómic, parece que asumen que es mucho más fácil sacarse de la manga algo nuevo y separar, arrancar un racimo de géneros y ponerles una etiqueta nueva que esté libre de prejuicios. El problema es que, además de que cada vez quedarán menos géneros que arrancar, a la larga ocurrirá lo mismo que con ‘cómic’: llegará un momento en el que el término se agote y se saquen otro de la chistera. Me parece además muy divertido que para prestigiar el medio se recurra a la novela, como si toda novela fuera una obra maestra y no hubiera cosas vergonzosas. Nos empeñamos mucha veces en tirar piedras a nuestro propio tejado: el aficionado al cómic es el primero que lo percibe como más débil que otras artes, y proyecta esa inseguridad al de fuera sin darse cuenta, al igual que sin darse cuenta lía a la gente con tanto término y tanta división artificial y acomplejada. Al margen, claro, de que sea bastante difícil conceder la dignidad que pide a un chaval disfrazado de Lobezno en una convención —pero eso es tema de otro artículo, la endogamia brutal que sufren muchísimos lectores a los que no les gusta el cómic: les gustan los superhéroes—. Por no hablar de la obcecación cateta con la que muchos aficionados al tebeo japonés proclaman, muy serios y como si hubieran descubierto el agua con gas —y porque a la cosa esta que llaman fandom de siempre le ha encantado darse de hostias entre diferentes “facciones”—, que por ejemplo Dragon Ball “no es un cómic; es un manga”, afirmación tan gilipollas como decir que un coche americano “no es un coche; es un car”.

Más allá de eso, lo que ocurre es que el término me parece desafortunado, tanto si se refiere al contenido como al formato. Si se refiere al contenido es inadecuado porque no todas las obras que llaman novelas gráficas se ajustan a lo que entendemos por novela —no olvidemos que la novela es un género, no un medio—, y si se refiere a formato, es innecesario, porque puede usarse, simplemente, ‘libro’ o ‘tomo’. Y si pretenden definir un medio, un arte, distinto al del cómic, es más absurdo aún. Las herramientas, los recursos, el lenguaje, son los mismos, y por tanto el medio también lo es, independientemente de contenido, calidad y destinatario. Y al margen de complejos esto no debería suponer problema alguno. La literatura infantil es literatura, y que exista no hace que nadie piense que toda lo es. Del mismo modo los malos libros no hacen pensar a nadie que la literatura es una mierda. Tal y como está planteado, no es más que una maniobra comercial, una gafapastada para vender más cómics a gente que, si se los intentas vender como tales, no se acercaría ni a cien metros. Al menos es divertido leer reseñas y artículos de prensa generalista teorizando sin tener ni puta idea, normalmente a la sombra de algún estreno cinematográfico de alguna adaptación de medio pelo, en plan “yo dejé de leer cómics cuando tenía diez años, pero esto de las novelas gráficas es otra cosa”.

Resumiendo: que hay que dejarse de complejos. Un medio de expresión existe y punto, no necesita justificaciones ni eufemismos para que la gente no te mire por encima del hombro por confesar que te gusta. Que cada cual use la palabra con la que se sienta más cómodo, pero sin pajas mentales, por favor: tengamos siempre claro que historieta, tebeo y cómic son una misma cosa. Y la novela gráfica, simple y llanamente, una chorrada.


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