Nietzsche, de Michel Onfray y Maximilien Le Roy.

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A menudo los cómics biográficos contemporáneos surgen de algún tipo de iniciativa institucional y tienden a estar más al servicio de su finalidad que de la intención autoral y artística. Por supuesto hay ocasiones en las que la voz del artista es incuestionable —me viene a la cabeza, por ejemplo, el extraordinario Louis Riel de Chester Brown—, pero otras, especialmente en casos en los que los autores no tienen demasiada trayectoria, se tiende al producto neutro, a la narrativa funcional.

Si cuento todo esto es porque tengo que admitir que cuando me dispuse a leer esta biografía de Nietzsche publicada por Sexto Piso me temía algo así, a pesar de lo cual edtaba dispuesto a leerlo porque la figura de Nietzsche siempre me ha interesado. Afortunadamente no he acertado, porque me he encontrado un cómic más que aceptable.

El autor es Maximilien Le Roy, un joven dibujante francés del que, haciendo una búsqueda rápida en internet, observo que se ha especializado en este tipo de obras: también ha dibujado biografías de Thoreau y Gaugin. En esta ocasión el cómic es una adaptación de La inocencia del devenir, un libro de Michel Onfray que presentaba un guión cinematográfico sobre la vida de Nietzsche. Tal vez por esa peculiaridad le ha resultado más fácil a Le Roy adaptar de manera amena y ágil el texto.

El dibujo es interesante porque, no sé si de forma involuntaria, el buscado realismo de base fotográfica consigue un efecto extraño, teatral, como si los personajes sobreactuaran. Especialmente cuando hay movimientos o expresiones de sorpresa o enfado esto es evidente. Sin embargo en líneas generales funciona para recrear la época y fijar como históricos los hechos que se cuentan. El realismo y los colores sobrios cumplen aquí la función de la fotografía en otros medios y validan lo narrado como cierto. Hay además de esto unas cuantas secuencias en las que Le Roy se suelta la coleta aprovechando las fiebres de Nietzsche, enfermo casi toda su vida, e introduce colores disonantes y algún efecto gráfico curioso.

En cuanto al relato, da lo mismo que el estilo sea realista: sigue siendo un relato. Uno más de los que podrían hacerse de la vida de Friedrich Nietzsche, seguramente el pensador más influyente de su época, y desde luego de los fundamentales para entender la filosofía y el arte del siglo XX. Pero también tenía sus cosas peliagudas, y su biografía marca en gran medida los derroteros que tomó su pensamiento y su literatura, despreciada por el público y los editores, como se ve en el libro. El guión, más que tomarse licencias, escoge momentos muy puntuales de la vida del escritor y construye con ellos un relato poco denso, salvo en algunas conversaciones puntuales donde el resultado es demasiado forzado, con personajes poco creíbles en sus diálogos. Pero en general, ya digo, funciona bien y produce un retrato de Nietzsche interesante y ajustado. No lo convierte en un histrión —a veces, con personajes históricos controvertidos, es la tentación de los creadores contemporáneos—, e incide en una paradoja sin la cual yo no entiendo su obra: el teórico de la voluntad de poder y el superhombre vivió lastrado por la enfermedad, impedido para llevar a cabo una vida normal, y frustrado en sus intentos amorosos. Eso se refleja bien, incluso a pesar de que hay ciertas cosas que se cuentan en elipsis o simbólicamente, como el rechazo de Lou Salomé. Las líneas generales de su pensamiento se exponen superficialmente, porque la obra se centra más bien en su vida social, en sus relaciones humanas: Wagner y Paul Rée especialmente.

Y otra cuestión muy significativa es que, a veces, me da la sensación de que el guión de Onfray busca indultar a Nietzsche de ciertas acusaciones. En mi opinión no creo que esto sea necesario: ahí está su obra para quien quiera leerla realmente y juzgar por sí mismo la ideología subyacente. Pero es verdad que su figura ha sido denostada en ciertas épocas, principalmente por la manipulación torticera de sus escritos que llevó a cabo su hermana junto con su marido, ambos cercanos al nacionalsocialismo de Hitler. En un par de conversaciones entre Nietzsche y su hermana, precisamente, Onfray hace que el pensador niegue su antisemitismo explícitamente y se aleje de teorías pangermanistas. Todo fue mucho más complejo que aquello —para empezar porque el pangermanismo no puede pensarse desde el nazismo; es anterior, y sus connotaciones no pueden ser las mismas, por tanto— pero se agradece la visión de los autores, aunque sea simple. No hay que olvidar, además, que hablamos de un cómic de sólo 132 páginas que pretende abarcar toda la vida de Nietzsche. Es el equivalente a un largometraje que tira de escenas icónicas, las más populares —el incidente con el caballo al que abrazó, la fotografía del carro con Salomé y Réé— para construiri un relato simple por necesidad pero, creo, suficientemente afinado para servir de carta de presentación de Nietzsche para desconocedores de su figura.


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